A finales de este mes de noviembre, con motivo de la celebración del Día Internacional dedicado a su causa, suelo referirme a la problemática específica de las personas en situación de calle. Bueno, en ese momento y en otras muchas ocasiones, debido a que este es un problema que me interesa especialmente y con el que me he ido topando en diferentes momentos y etapas de mi vida profesional y personal. Una realidad lacerante, que afecta a entre veinticinco y treinta mil personas en España, y ante la que soy de la idea de que -más allá de las simples palabras o declaraciones de intenciones- hay que hacer algo.

En otros artículos y en diversos foros, en estos años, he tenido la oportunidad de explicar ampliamente mi punto de vista sobre la cuestión, contrastándolo con el de otras personas. Y seguiremos hablando de ello siempre que tengamos la oportunidad. Pero déjenme que utilice tal temática para proponerles hoy una reflexión distinta, a nivel de metalenguaje, sobre la identificación y nomenclatura de las situaciones socioeconómicas adversas y las personas que las sufren. Lo hago, precisamente, en el momento en que el Consejo de Ministros ha aprobado una específica Estrategia de Personas sin Hogar. Un paso adelante, en sí positivo, que esperemos dé frutos concretos a la hora de abordar de forma interdisciplinar la complejísima y personal situación de cada persona en situación de calle, en el contexto de una realidad social que ha ido deteriorándose en los últimos tiempos, particularmente en este ámbito. Pero, y me sirve para lo que quiero ilustrar hoy, entiendo que se ha producido un abordaje comunicativo un tanto desafortunado, lo cual pongo aquí, negro sobre blanco, con ánimo constructivo. Y es que no existen las personas "con" o "sin" hogar ontológicamente, en tanto que ellas mismas, ya que todos y todas -todas y todos- somos susceptibles y estamos abocados a mil y un cambios que da la vida. No es una correspondencia maldita entre situaciones sociales e individuos. Existen realidades socioeconómicas, por un lado, y personas que las sufren, por otro, pero sin mayor adscripción. Existen personas.

Insisto, soy de la opinión de que es bueno separar el problema social de la identidad personal de quien lo sufre. Así, considero que, por ejemplo, más que "mujeres prostitutas", lo que tenemos son "mujeres en el ejercicio de la prostitución", sin que tal actividad llegue a ser un elemento identitario de las personas afectadas. Del mismo modo más que "drogadictos", tenemos personas con una determinada patología adictiva. Y, coherente y consecuentemente, tampoco hay "personas sin hogar", sino personas "en situación de calle" o "en situación de sinhogarismo". No son las personas las que, per se, tienen o no hogar asociado biunívocamente a las mismas, sino que hay que buscar en las circunstancias de cada cual, en un determinado momento, los condicionantes de tener una u otra realidad socioeconómica, incluyendo o no la carencia de un hogar estable.

Quizá a alguien le parezca menor, baladí o demasiado tiquis miquis la disquisición introducida en esta columna, prefiriendo quedarse con una simplificación de la realidad que creo no hace justicia a la causa. Sin embargo para mí es crítica tal diferencia en el abordaje. ¿Por qué? Porque en el momento que somos capaces de deslindar entre la persona -sujeto- y su situación, entonces se preserva mucho mejor la dignidad de la misma y, como primera derivada, adquieren una mucho mayor prioridad las políticas activas destinadas a revertir tal situación. Que una persona esté en situación de calle, por ejemplo, es un fracaso de toda la sociedad. No es la persona la que se identifica indefectible e irreversiblemente a una situación de sinhogarismo, en absoluto. Hablamos aquí de personas, solo de personas, que, por lo que sea, en un momento dado presentan una determinada situación vital.

Personas, pues. Personas. Personas que en ningún caso merecen estar en la calle, como se siguen viendo hoy en nuestras ciudades, a pesar de los esfuerzos que realizamos desde las entidades privadas y desde la Administración, con ánimo de cambiar su día a día. Pero personas en las que se conjuga un problema socioeconómico -no siempre- con patologías adictivas, patología mental y falta de arraigo. Un cóctel letal que afecta a muchos de nuestros conciudadanos y -en menor medida- conciudadanas, y que, si se quiere cambiar, merece ser abordado con coraje, ilusión, decisión y potencia. Un reto que necesitará de las manos y la capacidad de muchos actores públicos y privados -en España existen unos 800 centros dedicados a esta temática-, y que implicará, para que el mismo sea sostenible e irreversible, toneladas de consenso y adscripción a la causa, por encima de intereses políticos o de cualquier otro tipo.