Estaba cantado que Diego Calvo no se quedaría en la reserva activa, tras perder el sillón presidencial de la Diputación coruñesa. Era un desperdicio mantenerlo como diputado raso o de jefe de la oposición municipal en Ferrol. Hace semanas que en San Caetano se empezó a rumorear que Feijóo le tenía reservada alguna encomienda relevante en la tercera y última fase de remodelación de la Xunta, que se inició en octubre con un cambio en el organigrama, la entrada de tres conselleiros políticos y la salida de la responsable de Sanidade. Dicen que él no pidió nada y sin embargo todos en su entorno sabían que no deseaba quedarse en segundo o tercer plano, en un destino cómodo, sino seguir en la primera línea, en un cargo de responsabilidad.

Calvo ha sido siempre una persona muy cercana a don Alberto, al tiempo que peón de brega y máxima confianza del barón provincial Carlos Negreira. Diputado autonómico desde 2003, tras asistir a los estertores del fraguismo, estuvo en el núcleo duro del Pepedegá durante la ardua etapa de oposición. Desplegó una labor que, al reconquistar San Caetano los populares en 2019, le fue recompensada con la delegación territorial de la Xunta en A Coruña, puesto al que ahora retorna en la recta final de la legislatura y apenas a un mes y medio de las elecciones general del 20-D.

Los nuevos gestores en la Diputación han sido los primeros en reconocer el buen trabajo de Diego Calvo al frente de la corporación provincial herculina. Que se lo pregunten al presidente, el socialista Valentín González Formoso. En privado el primer edil de As Pontes se deshace en elogios a su predecesor, que le dejó las cuentas bastante saneadas, tras un ejemplar y cordial traspaso de poderes con ofrecimiento incluido a colaborar lealmente en la resolución de asuntos pendientes y en general en la gobernación. La mayoría de los alcaldes le reconocen su buen talante y una capacidad de diálogo y consenso por encima de colores colores políticos, que en ese sentido deja el listón muy alto a la coalición de PSOE y Benegá.

Eso de todoterreno de la política o político profesional, que algunos le lanzan con ánimo descalificador, Calvo lo considera un reconocimiento de su capacidad y de la larga hoja de servicios que tiene detrás. Con cuarenta años, se ve en condiciones de seguir algún tiempo más en la vida pública, al menos mientras sea útil a su partido, si bien nunca descartó desembocar en la actividad profesional privada como economista, experto en temas fiscales, o en el ámbito empresarial. Hay que entenderlo. Cuando mira hacia la acera de enfrente, incluso en la propia Diputación, ve que otros colegas -y casi amigos suyos- del PSOE o del Benegá acumulan incluso más años que él de servicios, o de poltrona, gobernando o en la oposición.

Aun cuando lo tenga más que asumido, porque esos envenenados ataques vienen de lejos, lo que probablemente más le duela a Diego Calvo son las descalificaciones que le llueven desde su propio partido, sobre todo a nivel local. Como secretario provincial, le responsabilizan, junto a Carlos Negreira, de los malos resultados de las municipales de mayo pasado, obviando que en gran medida se debieron a un castigo general de la ciudadanía a Rajoy y a su gobierno. Y no incluyen en su haber los éxitos de las municipales y generales de 2011 o la decisiva aportación de A Coruña al gran triunfo de Feijóo en las autonómicas de 2012. Lo de siempre, memoria selectiva. O interesada.