Preparo estos días una larga reflexión sobre el luctuoso tema con el que nos dimos de bruces en Europa el viernes pasado, y que ustedes de sobra conocen ya. Y es que para mí es imposible plasmar con un mínimo de rigor, sin simplificaciones peligrosas, el compendio de lo que uno piensa y siente en relación con el terrorismo internacional y su impacto en la sociedad de hoy. Lo que pretendo en esta breve columna, si acaso, es preparar el terreno para tal ejercicio de pensamiento, sin muchas más ambiciones... El formato de artículo de opinión da de sí lo que da de sí, y, además, uno ha de priorizar aquí lanzar cuatro ideas que puedan ser compartidas en el rato de un café, o de un vistazo rápido. Ya habrá tiempo, si les parece, para seguir en tal lógica.

Miren, en la época de internet avanzado y de redes sociales abultadas y prolíficas, supongo que todo está dicho sobre lo ocurrido en París estos días. Una vez más, el zarpazo del terror ha hecho su aparición en la escena de lo que prometía ser una siempre agradable noche parisina. Y, como resultado, docenas de personas han muerto, masacradas y destrozadas. Gravísimo. La violencia, y ustedes saben que eso es un mantra en esta columna, siempre engendra violencia, caos y un mundo peor. Y lo acontecido allí es, como no, execrable, lamentable, deleznable y triste. Episodios como ese tardan en olvidarse y, no cabe duda, serán una constante en muchas retinas, y causa de sollozos durante décadas. Una tristeza y una pena.

A partir de ahí, los acontecimientos se han desarrollado con rapidez. De un hecho horrible, muchos otros planteamientos cuyas consecuencias pueden ser tan trágicas o más. Y es que el ser humano lleva infinitas veces tropezando en la misma piedra. La de la simplificación, la de lógicas absurdas casi rayanas en lo pueril y, como no, la de los guiones a la medida de cada uno de los actores y sus intereses.

Persistimos en la búsqueda de un móvil del crimen, cuando el crimen es, fundamentalmente, eso. Crimen sin más. Independientemente de que algunos hayan muerto matando esa noche, pensando que su acto les llevaría a un prometido edén beatífico y salvífico, quien les sedujo con tales ideas tenía en su mente realidades mucho más prosaicas. Nadie en su sano juicio relacionaría Islam -no patológico y fundamentado en la paz y el amor- con semejantes barbaridades, habida cuenta de que la industria del terror bebe de fuentes mucho más terrenales, y que proporcionan pingües beneficios a sus promotores. La guerra, una vez más, solo tiene motivaciones económicas, y quien manda a cuatro descerebrados crecidos en ambientes desestructurados, pertenecientes a generaciones nunca integradas y ávidos de protagonismo y de una palmada en la espalda, busca sus dólares en medio del marasmo que ha creado. Estos lodos, grupos extremistas de nombre innombrable, vienen en buena parte de la codicia y la estrategia de actores concretos, y a veces bien cercanos a los que hoy lloran en occidente. Y sus principales víctimas, aparte de las evidentes de estos días en París, pertenecen a la población -musulmana y local- de los territorios donde hoy campan a sus anchas.

Y todo ello en un mundo donde los sinsentidos son cosa de todos los días, aunque nos caigan emocionalmente más lejos. Escasas horas después, ciento cuarenta y siete estudiantes eran masacrados en Kenia. Otro horror. Ya ven, un suma y sigue brutal, endemoniado y obsceno, en el que parece que la vida, en ciertos contextos, no valga nada. ¿Quiénes somos? ¿A dónde hemos ido a parar?

La guerra está servida, y eso es lo más dramático. Rusia y Francia ya campan por sus respetos, bombas y aviones de por medio, sin un mandato claro y legal de Naciones Unidas, en una reedición épica de ese "ojo por ojo" que nunca arregla nada y siempre deja un escenario peor. Y los instrumentos verdaderamente potentes para reducir a los popes de la violencia en Siria e Irak, verdaderos instigadores y adoctrinadores de chavales con pocas luces que son tan energúmenos como para confundir terror con cualquier idea de la deidad, siguen bloqueados por los intereses comerciales y estratégicos de unos y otros.

El mundo tiene capacidad de enfrentarse a lo que pasa. Pero, ¿saben ustedes?, no quiere. Hay demasiados intereses geoestratégicos, comerciales y basados en intereses particulares. Y hay una industria de la guerra que, pase lo que pase y caiga quien caiga, siempre sale ganando. Haciendo caja. Don Dinero sigue teniendo prioridad frente a los muertos colaterales.

No se me confundan. Lo mío no es eso que muchos tertulianos llaman hoy "buenismo" con una media sonrisa, a modo de descalificación sin más. Lo mío es defender la intervención militar legal y global solo cuando toque y como última medida, pero pulsando mucho antes todas las demás teclas de este piano, sabiendo que hay mucho que rascar -en muchos planos- antes de volver a arrojar bombas indiscriminadamente sobre una depauperada y desolada población civil -siria, iraquí o de donde toque-, un hospital de Médicos sin Fronteras, o cuatro refugiados ávidos de techo y algo caliente. La historia -especialmente la reciente- nos demuestra que tal tipo de acciones sólo traen, a la larga, males mayores, y que existen muchas más palancas para desenmascarar a quien promueve el terror por intereses creados.

Son malos tiempos para la lírica. Y peores para la reflexión pausada. Pero, aunque les parezca extraño o improcedente, esos siempre son buenos aliados para atajar los problemas importantes, por muy urgente que parezca actuar de cualquier manera. Eso es lo que se ha hecho en las últimas décadas y... ya ven.