Es demasiado temprano como para que se me hayan despegado los párpados, y esperemos que un milagro evite que se me caiga la primera taza de café en esta mañana que se resiste, aunque, si sale disparada, no será por sueño, sino por un repentino relámpago cerebral.

Entre sueños, reflexiono con la mente desordenada y pienso en lo enfermos que estamos; todas las grandes crisis económicas conllevan necesariamente el desplome de todo sistema de valores y el derrumbamiento generalizado de la Cultura, como si ésta última actuase como un vomitivo más instantáneo que el Cola-Cao, en ciertos sectores de la sociedad. Bien, ¿pero adónde quiero llegar?, se preguntarán entre atónitos y desconcertados.

Sí, el relámpago cerebral me ha alcanzado y he despertado de golpe: "Algo huele a podrido? en la cotidianidad". Ése huevo que apesta no es más que el resultado de la necesidad de evasión que todos necesitamos de vez en cuando y que en estas épocas de crisis -seamos justos- se intensifica ante las estrecheces y el agotamiento del individuo de a pie, por una realidad, cuando menos, miserable. La diferencia radica en el medio, y si me permiten el juego lingüístico en el "miedo": Miedo a saber, miedo a conocer, miedo al miedo.

Y he aquí donde entran la Televisión y el aborregamiento. Dudo mucho que la serie de Televisión Española Carlos, Rey Emperador tenga la misma audiencia que Águila Roja; rigor frente a falta de documentación, anacronismos y un exagerado "más difícil todavía". Evidentemente, ambas series son radicalmente opuestas y, por tanto, sus objetivos también lo son. La primera es de carácter histórico y la segunda de aventuras, pero esto no quita la cantidad de chicle bien masticado que le han aplicado a la última. No se han cansado de meter a la cándida Margarita primero en un manicomio y después en un convento, sino que a la Marquesa de Santillana la han dejado tuerta y al personaje al que da vida el actor gallego Francis Lorenzo -el comisario- manco. Pero como el objetivo principal es engordar al cerdo, la solución ha sido insertar una prótesis metálica articulada en un muñón sin articulaciones. Todo parece haber acabado con la muerte de unos cuantos personajes y el definitivo amor de los protagonistas. ¿Seguro? El 100 dorado nos dejó en ascuas?

A pesar de cualquier crítica, ya sea de naturaleza documental o de verosimilitud, existe un beneficio: tiempo sin pensar.

Y qué decir del opio del pueblo. Ese mismo que escapa de la tradición occidental para llegar aOriente sin más motivo que la seducción de falsos gurús, autores de libros de autoayuda que son puro placebo. Mientras Dios se queda solo en Iglesias cada vez más vacías, las masas llenan bares y estadios.

El opio del pueblo, por tanto, ya no es Dios, sino el fútbol. Una fórmula de canalizar toda la ira, sustituyendo esa "cotidianidad" de la que hablaba antes y que olía tan mal, que ciega y aborrega cuando se toma como una parte de la vida. Piensen en lo que acabo de escribir, en esa sustitución.

Por último, qué grandes eruditos y periodistas amenizan nuestras tardes. No obstante, no subestimemos a los tertulianos -¿dónde están los contertulios?-. La señorita polioperada de las cocretas dijo hace unos días algo aterrador: "La que te va a entrevistar soy yo". Quizá haya cursado periodismo en La Sorbona o en Oxford y quiere mantener la discreción.

Señor, ¡sálvame!, pero no me cambies por una tronista de Mujeres y Hombres y Viceversa