En el atardecer del 13-N se nos encogió el alma. Una horda de salvajes y sanguinarios asesinos, en una acción de guerra perfectamente planeada, cubría de cadáveres y sembraba el terror en distintos distritos de la Capital francesa. Ante tal barbarie, planificada y cometida por un comando organizado por y desde el fanatismo yihadista, todos los países civilizados, incluso aquellos estados musulmanes moderados, o que intentan serlo, han respondido solidariamente condenando el vandalismo, de unos asesinos que tienen como santo y seña atentar y masacrar, premeditada y alevosamente, a la indefensa población civil. El Daesh muestra su odio atacando nuestro sistema de convivencia, de libertades, progreso, tolerancia, amparo y defensa de nuestro modelo de vida. La masacre parisina evidencia una realidad que hay que tomarse muy en serio. No basta declarar el estado de emergencia en Francia, sino que en todas las naciones, con regímenes democráticos deben y tienen la obligación y el derecho a endurecer sus leyes, proteger sus fronteras y actuar policial y militarmente en defensa de la ciudadanía que es la que, en elecciones libres, elige a sus representantes para que velen y apliquen, con energía, la legalidad vigente. Los atentados de París, ponen sobre la mesa la dificultad para erradicar el terrorismo, habida cuenta el EI no es un movimiento de reciente creación; se ha ido formando a partir de las políticas aplicadas, desde el S.XVIII, en África, por las potencias coloniales europeas (Francia, Reino Unido, Bélgica, Portugal y España). Entre la citadas, quizá sea Francia (tiene unos cuatro millones de población de origen musulmán) la que ha ejercido, durante más tiempo, el poder político-militar, en el norte de aquel Continente (después de una guerra cruel, brutal y larga Argelia alcanzó su independencia en 1962) y es la perfecta incubadora para la captación y adoctrinamiento, al islamismo radical, de la juventud de ascendencia musulmana, de los inadaptados, delincuentes comunes y de los que rechazan la integración, sean o no nacidos en Francia. Otro punto de inflexión en este complicado entramado, han sido las contiendas bélicas iniciadas por Rusia en Afganistán, continuadas por Estados Unidos en Irak, su apoyo sistemático a Israel y un suma y sigue de intervenciones armadas, políticamente desastrosas, que doctos en historia y política sabrán responder y analizar a la luz de los acontecimientos que nos cercan y sobrecogen.. Por otra parte, existe un enfrentamiento feroz entre suníes y chiítas (las dos principales ramas del Islam) y son, estos últimos, los que tratan de imponer un terrorismo execrable, no solo, en Irak y Siria, también en otros países musulmanes de su zona de influencia, de tal forma que, las diferencias doctrinales y políticas entre suníes, chiítas y sus distintas franquicias, derivan en diarias y sangrientos masacres contra sus propios seguidores. Lo siniestro y tenebroso de esta guerra de guerrillas, practicada por el EI y sus fanáticos seguidores, es que ahora actúan con una mayor coordinación, siendo imprevisible y de muy difícil localización sus sangrientas e indiscriminadas acometidas, siempre contra la desarmada población civil. Habría mucho más que decir y pormenorizar sobre esta jauría de depredadores, apátridas que arremeten contra la convivencia en paz y reniegan de toda clase de principios democráticos. En todo caso, por mucho daño que intenten infringirnos caerán con todo el equipo y pagarán muy cara su locura homicida. La historia recoge la frase "París bien vale una misa" (Enrique IV de Francia), considero que aquel monarca se quedó corto en su deseo. Hoy, más que nunca, una gran mayoría de ciudadanos del mundo, que amamos la libertad, la cultura y deseamos vivir en paz, es de bien nacidos manifestar nuestro dolor y pesar por la tragedia vivida en aquella hermosa y polifacética ciudad (urbe que visité y recorrí en distintas ocasiones) y ante tanto dolor y sufrimiento, nos quedamos con la frase final de la película Casablanca: Siempre tendremos París, mal traducida, que se ha hecho popular como: Siempre nos quedará París.