Ocupada, atacada, tiroteada, París sigue siendo la ciudad más bella del mundo. No hay rincones más bonitos que los de sus calles y atmósfera. No hay nada como un recorrido por la ciudad de las mil luces. La natural de su emplazamiento a los lados del Sena captada por los impresionistas y hoy guardada en el Museo d´Orsay, en la margen izquierda. En esa misma orilla donde alumbra más arriba la luz de la historia -Los Inválidos, el Panteón- encontramos en sentido descendente las luces del espíritu de Saint Germain des Prês, las luces de la ilustración, la Sorbona, el discurso del método y la pensée, el barrio latino, la rue de l'Ancienne Comédie, La Procope, el restaurante donde acudía Voltaire y Diderot y Benjamin Franklin comenzó la constitución americana; La Asamblea nacional, el Tribunal de Casación, los jardines de Luxemburgo, la Tour d'Argent el restaurante más antiguo de París de 1542, y Montparnasse. Por los maravillosos puentes Alejandro III, Neuf, des arts, Sully? cruza hoy la gente desde la conmoción a la normalidad. Y por la margen derecha del Sena, si cabe más triste estos días, en sentido ahora ascendente, vamos desde la Plaza de la Bastille y su Ópera, pasando por la Plaza de los Vosgos hasta la Plaza de la República, luz y símbolo de la Nación situada, -coincidencia o premeditación-, junto a los escenarios del horror y rodeada de flores, como Pere Lachaise, un cementerio más en medio de la ciudad. Ahora que tras el atentado contra Charlie Hebdo, millones de franceses y extranjeros habían agotado la Carta sobre la tolerancia de Voltaire, sobre todo religiosa, ha sido precisamente el Boulevard del mismo nombre, símbolo del librepensamiento, el atacado por los terroristas yihadistas que ocultos en la noche el Viernes 13 de noviembre tirotearon las terrazas de le petite Cambodge, la Charonte, Le Carillon, La Belle equipe y el infierno del Café concierto Bataclan.

Medianoche en París ametrallada con terrazas y conversaciones de amistades muertas, rotas y disparadas, donde antaño se sentara el autor de Suave es la noche. Donde antes se hablaba de salas de fiestas, como el Lido o Folie Bergere, hoy se habla de Salas de conciertos ametralladas, Partidos de fútbol amenazados. Más arriba, en esa misma orilla derecha del Sena, alumbran hoy mortecinas las luces del Louvre, la Rue Sainte Honoré de las tiendas de moda, la Plaza de la Opera Garnier o el café de la Paix. Y más arriba el estadio Saint Denis, donde todo pudo ser peor.

Y de las catacumbas de París se ha pasado a los pasillos del moderno Saint Denis de donde los ciudadanos salieron ejemplarmente cantando La Marsellesa. La unidad envidiada de un pueblo que canta para mantenerse unido y exorcizar el dolor y el miedo hace pensar si, en el nuestro, es preciso el horror para alcanzar el consenso y lograr que el himno nacional no sea pitado por la mitad de un estadio. En el estadio de Wembley, Inglaterra, 90.000 almas han cantado incluso el himno de su enemigo histórico. En estos días la belleza de París se conmueve y el miedo y la incertidumbre paralizan lógicamente a la civilización, pero no pueden con el curso de la vida que acaba venciendo. Siempre nos quedará París.