Buenos días, en esta jornada del 5 de diciembre, dedicada internacionalmente a voluntarias y voluntarios, de todo tipo y en campos muy diversos. Pero, siempre, con un denominador común en su labor: el de un trabajo desinteresado a favor de terceras personas. A este tema, en el que creo profundamente, dedico hoy mi columna.

No tendría sentido pretender realizar aquí una glosa, en general, de las maravillas del trabajo que se realiza altruistamente, sin buscar nada a cambio. Las tiene, y muchas, desde innumerables puntos de vista, y la sociedad es consciente de ellas. Pero, destacando alguna para mí especialmente sensible, el voluntariado supone un ejemplo concreto, real y tangible de expresión y participación ciudadana en el diseño y puesta en marcha de una sociedad mejor.

He sido y sigo siendo voluntario en diferentes organizaciones, durante muchos años, con diferentes dedicaciones y niveles de compromiso. Pero, sobre todo, ejerciendo como profesional en entidades del tercer sector he tenido el lujo de haber podido compartir tiempo, dedicación, esfuerzos, logros y fracasos con muchas personas voluntarias. Voluntarias y comprometidas. Voluntarias y críticas. Voluntarias y rompedoras. Voluntarias y exigentes. Y siempre, en una y otra tesitura, como voluntario y como profesional, he vivido de cerca el mundo del voluntariado. El real, que busca implicarse en la sociedad y favorecer a los demás, sin muchas más derivadas. Y les aseguro que la sensación -propia o ajena, contada por sus protagonistas- siempre ha sido la misma. El voluntariado te da mucho más de lo que te pide.

Con los tiempos más recientes, la creciente legislación sobre voluntariado y otros elementos del nuevo contexto en el que hoy nos movemos, determinada forma de entender el voluntariado ha quedado un poco desvirtuada. Hay quien plantea -muy legítimamente- una experiencia prelaboral en una organización, para conocerla y, al tiempo, hacer currículo. O hay quien aspira a que -más allá de la devolución de los costes para la persona voluntaria a nivel de transporte, por ejemplo- el voluntariado pueda ser compatible con una pequeña remuneración. Para mí, todo esto -que tiene su cabida, su lógica y su contexto- no es exactamente voluntariado, sino otras cosas. El voluntariado no puede ser trabajo encubierto, ni sustituir a un puesto de trabajo. El voluntariado no es una beca o unas prácticas, remuneradas o no remuneradas. El voluntariado es un "algo más", que tiene que estar fuertemente imbricado en los valores y creencias de la persona, y conformar una suerte de apuesta personal por la mejora del contexto, expresada en la mejora para personas concretas.

Pasan ahora delante de mis ojos, como en un caleidoscopio infinito, cientos de horas de situaciones críticas, ambulancias y trajín ante mil y un desastres, catástrofes y accidentes varios. O montones de stands de promoción de diferentes causas en ferias, fiestas, calles y plazas. Recuerdo, a mi lado, a alguna persona voluntaria apretando con fuerza la mano de una persona moribunda en algún lugar perdido del planeta. Y, también, desfilan ahora por mis recuerdos las imágenes de tardes soleadas en la galería de alguna residencia de mayores, de personas voluntarias sosteniendo un diálogo difícil, pero hilvanado con sonrisas serenas. Me acuerdo de los pucheros de sopa en algún comedor social y albergue de transeúntes, o de aquellas infinitas hileras de camas por hacer. O de tiendas de ropa de segunda mano o de artículos con excepcional calidad comercial y social en muchas de nuestras ciudades. Proyectos -todos ellos y muchos más- sostenidos por voluntarias y voluntarios, a cambio de una remuneración emocional que, con frecuencia, incluye códigos relacionados con el advenimiento de una sociedad más justa.

Hoy vivimos tiempos convulsos, y muchas de las opciones políticas que aspiran al poder -o todas- han optado por acercar su discurso al de los valores, el del voluntariado y los códigos propios de la sociedad civil. Al tiempo, muchas de las causas que se dicen cívicas están fuertemente politizadas, y existen abundantes puertas giratorias entre determinadas entidades supuestamente apartidarias y apartidistas y los partidos políticos. Se han acercado los mensajes, aunque la realidad es que sigue habiendo una profunda brecha entre lo netamente social, donde cabe en toda su fuerza y esplendor el voluntariado, y otros campos mucho más prosaicos y orientados al poder institucional. Pero -es un signo de la época- el marketing político lo envuelve casi todo, y es difícil trazar líneas claras entre lo uno y lo otro, aunque el voluntariado comprometido siga siendo un faro en medio de la niebla.

Esta columna, y con esto termino, quiere ser un homenaje a todas las personas voluntarias, anónimas y comprometidas. Personas que acuden cada día, cada semana o más esporádicamente a su cita con lo que creen que tienen que hacer para dar respuesta a retos de la sociedad y a sus propias ideas sobre la misma. Para mí, estos gestos están fuertemente enraizados en la esencia de la cultura democrática, la participación, la construcción del bien común y la mejora social. Conceptos, todos ellos, también fuertemente contaminados hoy por lo estrictamente político y partidario. Pero, desde mi punto de vista, mucho más presentes en una órbita verdaderamente social, donde deberían caber todas las sensibilidades, en una construcción plural y orientada estrictamente a las causas y las personas.

¡Feliz Día del Voluntariado 2015 !