De nuevo estoy sentado en mi rincón de escribir, con el ánimo sereno y con la intención de compartir ideas, sentimientos y propuestas para un mundo mejor. Esto es, más inclusivo, más solidario y justo y donde usted y yo, el de enfrente y aquel que vive a seis mil kilómetros tengamos más oportunidades. Al fin y al cabo, esta erupción volcánica que es la vida se cura siempre con la muerte, y arrieros somos y en el camino nos encontraremos. ¿Por qué ponérnoslo entre nosotros más difícil de lo que, a veces, ya es?

El caso es que hoy tenía apuntado en mi agenda de los temas pendientes -siempre muchos- tocar el tema del reciente informe de la Fundación+Democracia sobre la presencia de transparencia, lucha contra la corrupción y participación en los diferentes programas electorales. Tuve ocasión de colaborar con ellos en tal análisis, igual que otras personas voluntarias, y el resultado da mucho que pensar. Pero, si no les importa, dejaré esto en la nevera algunas jornadas más. Y lo hago por la actualidad de otro tema, que me llena de perplejidad.

El protagonista vuelve a ser el actual ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, a raíz de sus recientes declaraciones en medios de comunicación y, en particular, en una entrevista de estos últimos días en La Vanguardia. Y el titular, mucho más allá de veleidades particulares -y algunas un tanto esotéricas-, como el papel en su vida de su ángel de la guarda o el número de veces que pisa la iglesia a la semana, para mí es grave. El ministro afirma que "se disgustaría" o "no le agradaría" si su hijo se casa con un hombre.

Diseccionemos lo expuesto... Lo que dice el señor Fernández Díaz es una opinión particular, que en principio estaría en su derecho de expresar como ciudadano que es. A uno le puede gustar o no que su hijo -o hija- se case con una persona de otro color, de una minoría étnica como la gitana, de una u otra parte del país, más rubio o más moreno o, pongamos por caso, con una determinada expresión de diversidad funcional -discapacidad física o psíquica-. Un ciudadano o ciudadana puede plantear esto, en función de su libertad. Sonará mejor o peor, más o menos rancio o más o menos inclusivo y pertinente, pero son sus ideas y su vida. No hay objeción.

El problema es cuando esto lo expresa un ministro en ejercicio, y en este país no pasa nada. Por cierto, el mismo ministro que recientemente se reunió con un señor al que no tocaba recibir y que ha producido, cuando menos, un grave impacto de descrédito en un Ministerio que, entre todos deberíamos mimar y cuidar, por su importancia. Y el mismo ministro que cuelga medallas al mérito policial a diferentes vírgenes ante el estupor de los profesionales, que encomienda España a Santa Teresa y otras lindezas por el estilo... Honradamente, ¿está este ministro en condiciones de ejercer un trabajo complejo y de profundo calado, con todos esos aderezos y folclore? Ciertamente, eso sí que es preocupante.

Cada uno puede pensar lo que quiera, e incluso decirlo. Pero si eres miembro del órgano colegiado más importante de España, el Consejo de Ministros, no. No puedes. No puedes cuando eres el garante de la seguridad y de las libertades de los ciudadanos. Y más cuando tus palabras son profundamente ofensivas para un gran porcentaje de los españoles y españolas, incluidos simpatizantes, militantes y cargos de su partido. Y estas lo son. Porque a mí, personalmente, no me disgusta lo más mínimo que el hijo del señor Fernández Díaz se quede soltero, se case con quien le venga en gana o se haga obispo. O que emigre al Tíbet. O que se haga registrador de la propiedad. Pero él, que es ministro, no puede seguir obsesionado en denostar a una buena parte del país que, se supone, administra con equidad. Aunque haya puesto en su Ministerio a algunos altos cargos, sin competencias de gestión y con un currículo que implicaría un escándalo en cualquier país civilizado, cuyos nombramientos claman al cielo. Eso sí que es preocupante.

Y sé que, cuando digo esto, recibo el apoyo tácito de buena parte de su partido. ¿Qué pensará el lúcido señor Maroto de las ocurrencias del ministro? ¿Y alcaldes, exalcaldes, cabezas de lista, conselleiros, directores generales, parlamentarios y demás cargos del Partido Popular cuyos actos amatorios o estrictamente sexuales se verifican con personas de su mismo sexo? Por favor, ¡reaccionen ustedes! En la España del siglo XXI, en pleno 2015, estos son temas privados y, por tanto, absolutamente respetables desde la esfera pública. Ya el señor Fernández Díaz y otros 49 diputados populares se empecinaron en tomarla contra el matrimonio gay del señor Zapatero, sin importarles todo el daño y todo el sufrimiento que iban a provocar, ante un simple reconocimiento administrativo de una realidad meridiana. Pero hay quien, erre que erre, sigue en la órbita de descalificar y lastimar para arañar un puñado de votos. Y, para ello, no duda en meterse en jardines a los que quizá es atraído por periodistas con ganas de avivar polémicas, pero en los que siempre termina rebozado...

En la entrevista se explica que el Señor Fernández Díaz tiene muy claro que a su hijo no le atraen en absoluto los hombres. No se lo discuto, porque no le conozco de nada y él sí. Será así. Pero yo tengo muy claro que hay muchos -muchísimos más que los que son consecuentes- que se manifiestan así, que tienen una vida-pantalla de cara a la galería, a los que incluso casan con señoras de quita y pon -y ejemplos hay algunos muy relevantes en nuestro entorno-, y a los que luego se les ve por locales de Londres o Madrid, o se van de vacaciones muy bien acompañados. ¿Es esa la ética del señor Fernández Díaz? ¿El tapadillo y la oscuridad? Gracias a Dios -sí, gracias a Dios- España entera va por otro camino... Incluida buena parte del PP, le guste o no a este ministro y a su grupo de presión.