Las urnas han dibujado un mapa político inédito e incierto en España. Los resultados del 20-D configuran un escenario sin mayorías absolutas y de pactos complejos que precisarán de un gran talante de negociación y diálogo.

El PP obtiene una victoria insuficiente y ve esfumarse la posibilidad de gobernar con el apoyo de Ciudadanos, que no logró capitalizar el cambio. El PSOE ha quedado segundo seguido de cerca por Podemos, sin que alcance tampoco la mayoría con los diputados de Iglesias e IU. El retroceso del independentismo en Cataluña, donde triunfó Podemos, al igual que en el País Vasco en votos, es otra clave. Algunas formaciones nacionalistas podrían ser la llave de la gobernabilidad.

Los resultados solo ofrecen tres alternativas: una gran coalición entre PP y PSOE, un Ejecutivo liderado por los socialistas con apoyo de Podemos, IU y nacionalistas, o un Gobierno del PP en minoría. Ninguna de estas fórmulas resulta sencilla. Los electores han castigado lo viejo, pero no han encumbrado lo nuevo.

Galicia ha sido uno de los focos de novedad en este panorama de cambio profundo. La emergente Marea que asomó con fuerza hace apenas unos meses en las elecciones municipales en A Coruña, Ferrol y Santiago se ha extendido a toda Galicia con un empuje que ningún sondeo llegó a prever. En Marea se ha convertido en la segunda fuerza política en la provincia de A Coruña y en la comunidad, iguala al PSOE en diputados pero lo supera en votos, y logra un hito al dotar por primera vez a Galicia de un grupo parlamentario propio en el Congreso.

La Marea mantuvo su empate técnico con el PP al frente de la ciudad coruñesa, pero su marca se ha expandido a toda la comarca, con victorias en Arteixo, Cambre y Culleredo. El PP sigue siendo la primera fuerza en Galicia, pese a perder cinco escaños, un tercio de su electorado, y el BNG se queda fuera del Congreso tras 20 años. Ciudadanos pone su primera pica gallega con un congresista por A Coruña, sin acabar de cuajar como alternativa de cambio. Un panorama con mensajes subliminales para las autonómicas de 2016.

Los electores han asignado unos deberes considerables a sus representantes políticos. Más allá del color de la fórmula de Gobierno que finalmente se adopte, el mandato de las urnas reclama a sus líderes más altura de miras y capacidad de entendimiento en lo fundamental: erradicar la corrupción y lograr la recuperación económica. Y en este afán se la juegan todos.