Este es el último artículo escrito antes de la fiesta de Navidad de este año 2015. Un texto construido ayer, en pleno solsticio de invierno, en el día con menos luz del año en el hemisferio norte. Días de celebración, pues, amalgamada con un regusto fuerte a elecciones generales, en el que cada gremio hace su propia interpretación en un contexto más rico que otras veces, pero también más complejo. Ya hablaremos.

Pero déjenme que hoy siga con el tema de la Navidad. Un día especial, en que la tradición conmemora el nacimiento de Jesucristo en la aldea de Belén, y cuya fecha exacta ha sido adoptada para el 25 de diciembre en diferentes culturas. Estas han ido viviendo estos días con intensidades diferentes en distintos momentos de la Historia, desde la prohibición o el escaso tono de la misma, hasta lo que conocemos en nuestros días. No olviden, además, que en las comunidades donde sigue vigente el calendario juliano la Navidad sigue celebrándose hoy el 7 de enero, o incluso el 6.

La Navidad, tal y como hoy la entendemos es una celebración que a cada uno nos llega en un diferente momento vital. Habrá quien nazca en estos días, y quien, después de una existencia más o menos longeva, nos deje justo en estas fechas. Habrá personas a quienes las luces en las calles y las palmadas en la espalda cargadas de buenos deseos les cojan con mal pie. Y, también, quien disfrute ahora de un momento óptimo en lo personal o en cualquiera de las otras esferas de la vida. Habrá quien estos días esté velando a un ser querido enfermo en un hospital o quien, en primera persona, pase por esa peripecia vital. La Navidad llega y, año tras año, irrumpe entre nosotros independientemente de cómo queramos, podamos y sepamos vivirla y por qué.

Supongo que es esa asunción la que me ha llevado a cuestionarme, tantas veces, si tiene sentido una felicitación tan genérica como un ¡Feliz Navidad!. A veces, y especialmente cuando me he acercado más a grupos o situaciones de personas especialmente vulnerables, quizá ese deseo sin más me haya caído un tanto vacuo o desprovisto de mucho más que un cierto costumbrismo. Y es que parece que se recite eso casi por sistema, sin reparar en el hecho de que quizá acabas de perder a un ser querido, tienes un fuerte revés económico o, francamente, te sientas desfondado.

Sin embargo, después de una reflexión no corta sobre el particular, opto este año de nuevo por decirles, en estas líneas, ¡Feliz Navidad! Y lo hago, como digo, no sin cuestionarme que a lo mejor usted en concreto lo está pasando de pena, por lo que sea, y quiere que me meta mi felicitación donde me quepa. Me consta que es un riesgo que corro, pero insisto: ¡Feliz Navidad! Así, a fondo perdido, convencido y tendiéndole mi mano, sea usted quien sea y esté donde esté conceptual y físicamente.

Y es que la alternativa a felicitarles es no hacerlo y, saben, casi me parece peor, a pesar de que, por costumbrista y orientada hoy fuertemente al hecho crematístico, esta celebración me supere en tantos aspectos y ocasiones. Entre hacerlo y obviarlo, me quedo con felicitarles, pidiéndoles que sean ustedes los que llenen de contenidos el hecho de tal felicitación. Si la asumen desde el hecho espiritual, tengan ustedes una Feliz Navidad. Si lo hacen, en cambio, desde la fraternidad humana y una cierta filantropía, sean también ustedes felices en estos días. Si todo ello les tira de un pie, y estos días son de vacaciones y descanso, interpreten mi felicitación desde un código de desearles lo mejor en dicho período. Y si les ha tocado un momento duro, y la vida les esté enseñando ahora sus colmillos más descarnados, usen como bálsamo y como abrazo estas palabras sinceras, que espero puedan reconfortarles aunque sea un poquito.

Recuerden que todos somos arrieros, a pesar del oropel, y seguramente, de alguna forma, todos nos encontremos en situaciones un poco de cada tipo, en una perfecta combinación lineal de estados y sensaciones que conforman sentimientos y actitudes ante la vida. Y todo ello dinámicamente: cada año es cada año y, como aquel río de Heráclito, llegamos distintos a estos postreros días del mismo...

Bueno, recojo velas, que en el periódico tienen que hornear esta tinta, y no quiero que les llegue cruda a su mesa. Pásenlo lo mejor posible, sonrían si son capaces, tómense con calma la vida, que dicen que la hace más bonita y saludable, y pongan al otro en sus pensamientos, que seguro que les aportará dulzura. Séanme felices estos días, si cabe, y no me confundan esto -si me aceptan el consejo- con tener más y más cosas. Ese es otro rollo, que no tiene nada que ver con lo que hoy les vine a contar. Insisto: ¡Feliz Navidad, sea la que sea y se la tomen como se la tomen! ¡Feliz solsticio! ¡Feliz entrada de año! Y feliz cada día nuevo en un camino finito donde la felicidad no está en la meta, sino en cada segundo que sorbemos siendo conscientes de ello. Fin. ¡Feliz Navidad!