El martes pasado acababa mi comentario sobre la vieja política recién nacida y mi forzosa adscripción, a mi pesar, a la misma tanto por ideas como por edades. Les comentaba también mi refugio en Galdós y en Valle-Inclán, en tres novelas La de los tristes destinos (1907), España sin rey (1908), y La corte de los milagros (1927), como viejos renovadores en su tiempo, que hoy siguen en el ostracismo, observaban y analizaban la crisis de su tiempo, la corrupción de la monarquía, la desorganización de la oposición liberal; los ojos de nuestros dos autores habían visto mucho ya, como para dejarse encandilar por supuestos nuevos cantos de sirena.

Se ha visto que lejos de ser relatos de "figuras y sucesos", las dos primeras de Galdós, pretendían ser tanto reflexiones históricas sobre los hechos precedentes a 1868, a la Gloriosa, como las descripciones de las perspectivas que para la España del siglo XX intuía el autor. El lector puede conocer algunos de los momentos destacados de la época, de la lucha entre el proyecto liberal y una Iglesia amancebada con la Monarquía; creemos que el cronista comprendía que esos problemas no se resolverían. Galdós hábilmente recreó el comportamiento errático de Isabel II y sus asesores, la inviabilidad de una Monarquía tan estrechamente ligada a una Iglesia estancada en Trento, para sugerir que España era cada vez más un país fallido sin se viesen trazas de reforma viable por parte de reinantes ni de aspirantes.

Resulta claro que también ese era el plan de Valle-Inclán cuando escribió La corte de los milagros. Lejos de aportar un eslabón más en la cadena de novelas históricas que se incardinan únicamente en un período específico, estas novelas están diseñadas para resaltar formas de ser, actitudes y las ideas operantes que hacen que una nación prospere o fracase. Es notorio que a fin de cuentas, ni Galdós ni Valle-Inclán se muestran muy optimistas a este respecto. Apoyan claramente el proyecto liberal, pero en el fondo saben que aún queda un camino pedregoso por recorrer. Los personajes de Galdós, Santiago Íbero y Teresa Villaescusa huyen a Francia, decepcionados con la gobernación del país. Desde Hendaya y mirando hacia España grita Íbero: "Adiós, España con honra. Nos hemos muerto... Adiós, que te diviertas mucho. No te acuerdes de nosotros".

Valle-Inclán, a su vez, confiere el mismo pesimismo a su novela. La feroz caricatura esperpéntica de la sociedad isabelina en la que las intrigas, la inmoralidad y la corrupción se hermanan perfectamente, 88 años después. Un circo que carece de gracia, una representación que se repite día tras día sin chispa, sino con hartazgo y pesadumbre; en resumen, esa indignación moral tan denostada por Nietzsche, que describe el malestar de la ciudadanía. ¿Será la que contemplamos hoy ante la prepotencia, el desdén, la codicia, el despilfarro y el cinismo de la supuesta nueva política?