Nos descubren algunos expertos, abundosos en citas de autoridad y ejemplos del parlamentarismo comparado, que no gobierna quien consigue más votos en las elecciones sino quien, enjaretando pactos aún con los demonios, obtiene en el Congreso los votos necesarios para ser investido. Gran descubrimiento, pero estaría bien que los que se sienten en la mesa de pactar tuviesen en cuenta algo más que contar escaños para satisfacer la primaria obsesión de echar al primero en votos de los electores y, con diferencia, también en escaños propios. Que tuviesen en cuenta, por ejemplo, si van a poder cumplir o no sus grandes promesas en la pasada campaña.

Los resultados han provocado una fragmentación cuantitativamente notable, no inédita en el Congreso, pero también una polarización ideológica muy importante y, esa sí, desconocida. Aquella no tendría trascendencia si, como en otras legislaturas, dos grandes garantizasen por separado o con pequeños apoyos la estabilidad de gobierno y diez o doce minorías, con grupo propio o en el mixto, demostrasen la pluralidad del país. La polarización es cosa más grave cuando, como en este caso, aparece un fuerte grupo ideológicamente en el extremo promoviendo la puesta patas arriba del sistema. En Cataluña tenemos la prueba de lo que pasa cuando, como nunca, a la fragmentación se suma la polarización ideológica. Que el candidato a la presidencia las pasa canutas hasta humillar el cargo para obtener el apoyo de los extremos.

En un Congreso tan polarizado deberían, por imperativo democrático, tenerse en cuenta las promesas a la hora de pactar. La primera de Sánchez fue la de la reforma federal de la Constitución. Su principal apoyo, Podemos, fue más allá, apertura de un proceso constituyente con la guinda previa del derecho de autodeterminación, referéndum vinculante mediante, para las autonomías que lo pidan. Otros apoyos, o abstenciones imprescindibles para Sánchez son los de ERC y DiL, dos fuerzas independentistas que se sumarían a la exigencia de Podemos. Y no sigo con Bildu. Pues bien, como resulta que el PP y C's no están por la labor, la gran promesa de Sánchez de reforma federal de la Constitución se queda en el cajón. Por lo mismo no habrá reformas constitucionales para incluir o fortalecer derechos sociales que impidan recortes, ni para eliminar la reforma del artículo 135, la estabilidad presupuestaria y el pago de la deuda, que en su día llevaron a cabo en un santiamén Rodríguez Zapatero y Rajoy. No es poca cosa lo que Sánchez no va a poder prometer en su discurso de investidura. Nada menos que el gran cambio sobre el que pivotó su campaña, una España federal y reconciliada, una España blindada frente a las crisis que vendrán, una España sin desigualdades. Si el gran cambio que requería reforma constitucional no es posible, ¿de qué hablará Sánchez con Iglesias y compañía en la mesa de pactar?

Las promesas de Rajoy fueron más sencillas y se resumen en una: continuidad. Continuidad en las políticas económicas que parecen conducir a la recuperación y firmeza con la Constitución y la ley ante el reto independentista. No hay novedades en ese camino previsible y en el discurso de investidura no tendrá que desdecirse. Ni defraudará a sus votantes ni engañará a nadie. No es poca cosa y con algunos acuerdos de menor calado a Sánchez debería bastarle para abstenerse en la segunda vuelta.