A Besteiro el discurso de fin de año de Feijóo le sonó a despedida. El líder de los socialistas gallegos no es el único en intuir que Don Alberto piensa en pasar página y que no se presentará a la reelección como presidente de la Xunta. Hay gente, en las filas del propio PP de Galicia y en despachos de San Caetano, que apuesta a que, pase lo que pase en la política nacional, el actual inquilino de Monte Pío dejará paso a una persona de su entera confianza, que ni siquiera forma parte del ejecutivo. Esas especulaciones apuntan a que, como dijo el interesado, la incógnita quedará definitivamente despejada antes de la próxima primavera. Aunque el que manda manda, no será una designación digital, sino que se habrán de cubrir una serie de trámites y etapas diseñadas para dar un barniz democrático al proceso al tiempo que se garantiza el pleno apoyo del partido al candidato y la adecuada proyección de su imagen ante la ciudadanía.

Es proverbial la capacidad de Feijóo para mantener en secreto sus decisiones personales y políticas hasta el momento de ejecutarlas. De modo que ni siquiera en su reducido círculo de máxima confianza saben a estas alturas cuáles son los auténticos planes de futuro del jefe, al que, sin embargo, todos ven decidido a agotar la legislatura y a no convocar las próximas elecciones hasta cuanto tocan, en octubre. Creen que quiere sacar el máximo rendimiento a la estabilidad en la gestión garantizada por la holgada mayoría absoluta que le respalda en O Hórreo, la única de la que goza en este momento un presidente autonómico en España.

A Feijóo y al PP no le viene nada mal el clima de incertidumbre que se ha instalado en la política española después del 20-D y que se mantendrá aunque finalmente se encuentre alguna fórmula de gobernabilidad a varias bandas (ya no digamos si hay que repetir las elecciones generales). Porque, con el paso del tiempo, los gallegos valorarán lo importante que para Galicia ha sido y es gozar de un gobierno fuerte y sólido, capaz de sacar adelante sus iniciativas en el ámbito de sus competencias y, por tanto, de cumplir los compromisos adquiridos. Entre ellos hay medidas que no darán su fruto, ni serán perceptibles por los beneficiarios, hasta que pasen unos cuantos meses. Por ese lado, un adelanto electoral estaría contraindicado.

En la dirección del PP gallego tienen muy claro que para seguir en el machito juegan con la ventaja de que sus rivales por la banda izquierda están hoy más divididos y enfrentados que nunca. Así lo evidencia las práctica imposibilidad de entenderse en los ayuntamientos que arrebataron al PP, un problema que se ve agudizado aún más entre las mareas y el PSOE tras el reñido veredicto de las urnas de diciembre. Y la fragmentación aún puede ir a más, si cabe, en función de lo que en adelante suceda en el seno de un Bloque que ha vuelto a entrar en ebullición interna.

En el entorno de Feijóo apuestan a que, si se convierten en tercera fuerza, los socialistas no entregarán el control de la Xunta al rupturismo, ante el riesgo de ser fagocitados. Por otro lado, el PP galaico confía en que la mayoría de los votos que pierdan en relación a 2012, por pocos que sean, recalen en Ciudadanos. Los peperos gallegos están convencidos de que el partido de Albert Rivera no tendría el mismo reparo en pactar con ellos que con Rajoy, Soraya, De Cospedal y compañía. El principal factor diferencial es la incidencia de los casos corrupción. Aquí no fue para tanto.