Hace más de 2000 años, los Reyes Magos de Oriente vieron una estrella que les sirvió para conocer al nuevo Mesías. La llamada Estrella de Belén es, a día hoy, uno de los misterios astronómicos más importantes de la historia. Nada que ver con La Estrella de Galicia, un cuerpo de seis puntas que brilla con luz propia en el firmamento coruñés desde 1906. La descubrió José María Rivera Corral al fundar su primera fábrica de cerveza y hielo tras su regreso de la emigración en México. Desde entonces, un astro dorado alumbra esta comunidad finibusterre como si no existiera más himno o bandera que una caña de Estrella en cualquiera de sus mil tabernas.

Otro pueblo de la diáspora, el judío, también tiene su propia Estrella, la de David, aunque más bíblica, oficial y menos lúdica que la nuestra. Y las gentes de la vieja Irlanda llevan el arpa nacional tatuada en su cerveza negra. Se trata del mismo sentido de pertenencia de tantos coruñeses y gallegos que tocamos el claxon cuando nos cruzamos con los camiones de nuestra cervecera por las carreteras de Santander o Granada. La principal razón es hacer saber que reconocemos la Estrella, aunque también seríamos felices asaltando la carga.

Ahora la Estrella que lleva nuestro nombre tiene filiales en Shanghai, Tokio o Sao Paulo, y exporta los productos de un portafolio cada vez más diversificado a 35 países. Al tiempo de su expansión estatal e internacional, existe una esmerada dedicación al origen. De ahí que este año hayamos enviado una carta a nuestro particular Portal de Belén, en el Polígono de A Grela, dirigida a los Magos de Rivera. El motivo es la Estrella Galicia de Navidad, una edición limitada desde 2002 que se elabora a partir de lúpulo gallego. Gracias también a la colaboración del Centro de Investigacións Agrarias de Mabegondo y a la cooperativa Lutega, esta iniciativa ya ha servido para recuperar un cultivo extinto en la comarca de Betanzos que en 1963 alcanzó una cota máxima de 240 toneladas. El proyecto es un desafío celestial, como corresponde a una estrella.