Hubo un tiempo de hombres de los que se decía, -fuese o no cierto estaba claro el sentido- que les cabía el Estado en la cabeza. A muchos de los líderes actuales no les cabe ni un pedanía. Se termina el 2015 y Sánchez no quiere saber nada de apoyar la gobernabilidad del país y Ciudadanos dice que le de una pereza terrible. Se diría que a estos líderes, los millones de parados, el crecimiento de la economía, las necesidades sociales, el apoyo del emprendimiento, los desafíos separatistas, los compromisos internacionales frente al terrorismo y el Estado islámico, la ola de refugiados, todas estas fruslerías sin importancia, si no tocan poder, les traen más bien al pairo. Al que no apoye la urgente gobernabilidad de todo este fregao, todo lo que este país y Europa tiene pendiente, está mejor en casa. Tal y como se ha venido repitiendo estos días algunos están anteponiendo el narcisismo más el interés particular o partidista al interés general. Y corren por ello el peligro de quedar, no ya relegados sino consumidos por su propia inanidad. Mas ante el peligro de desaparecer de la escena política, que en el caso de Pedro Sánchez es un clamor fuera y dentro de su partido, ha decidido emprender una huida hacia delante, un enrocamiento en la ejecutiva, que no comparte el comité federal y parece rechazará también el Congreso del PSOE que toca en febrero y que también quiere dilatar. Susana Díaz pide paso pero Pedro Sánchez quiere dilatarlo todo y sabe que la única posibilidad de seguir en política y no tener que irse para casa es pactar con el diablo, si hiciese falta. Está por ver si el segundo partido de la Nación, histórico, necesario e imprescindible y que ha prestado tantos servicios al país, capitidisminuido hoy por errores garrafales de terca torpeza oportunista como la de Zapatero y ahora Sánchez, es capaz de impedirlo. A este gente, está claro, no le cabe en la cabeza, ni la información del Estado, ni su responsabilidad histórica.