Pero qué están haciendo ahora los partidos?", te preguntas, querida Laila, con un tono pelín alarmista. Pues, sencillamente, leyendo los resultados electorales. Lo que pasa es que la lectura les resulta difícil y será lenta porque el texto resultante de los comicios es casi tan complicado como los tochos de Kant que no hemos sido capaces de leer nunca. Leen despacio, con la nariz pegada al libro y pasando el dedo bajo las líneas, como para llevar las palabras, laboriosamente, de la punta del dedo al cerebro y tratar de comprender. De momento todos han leído ya la palabra cambio, pero cada uno la interpreta como puede o como quiere porque cada uno es de su padre y de su madre. Es decir, la lectura de cada cual está condicionada por el bagaje de sus neuronas y neuritas o, lo que es lo mismo, por sus principios ideológicos, por los intereses que defiende, por sus servidumbres más o menos confesables y por los proyectos políticos que expresa o esconde. Como en la vida misma. Pero todos pronuncian o deletrean la palabra cam-bio. Incluso Rajoy, el más reticente y hasta refractario a este concepto, ha propuesto ya al PSOE un gobierno apoyado por los dos partidos, que sumarían más de 200 diputados, para acometer "grandes reformas sin descartar cambios constitucionales" que, a su juicio, garantizarían esa estabilidad, que tanto le preocupa, para largos años. Como ves, querida, el cambio que Rajoy propone y que apoyaría la mitad, o quizá tres cuartas partes del PSOE, ni siquiera es el del Gatopardo, porque lo que Tancredi proponía a Don Fabrizio era cambiarlo todo para que todo siguiera como estaba y Rajoy solo arriesgaría cambiar "alguna cosa", como él mismo diría. Gatopardianos serían otros como quizá Albert Ribera y, seguro, Pablo Iglesias que lo cambiarían todo o casi, pero no para cambiar el sistema sino solo el modelo bipartidista, altamente corrompido, todavía vigente y claramente tocado. Por eso, el cambio que ha reclamado la ciudadanía y que cada partido interpreta como puede o como quiere, no ha traído ni traerá esa inestabilidad con la que Rajoy y muchos de sus altos representados tratan de asustar y amedrentar al personal. Por eso, como podemos comprobar ya, tras las elecciones y aunque el gobierno tarde en conformarse o aunque haya que repetir los comicios, nada fundamental se inestabiliza o desestabiliza y todo lo esencial y cardinal sigue funcionando con plena normalidad, incluso mejor, en muchos casos, que cuando el Gobierno no estaba en funciones y funcionaba como funcionaba. La letanía de la inestabilidad no es más que "o medo que mete medo", que diría Castelao.

El cambio grande o pequeño, amplio o limitado, profundo o epidérmico es inexorable y, por ello, lo que ahora estamos viviendo en la política es esa reacción de resistencia al cambio tan estudiada por psicólogos y sociólogos, que veremos materializarse con gran nitidez, dentro de unos días, en la constitución del nuevo Parlamento. El preludio de la resistencia al cambio se producirá cuando, desde Podemos, se intente la constitución de los grupos parlamentarios de Galicia, Cataluña y Valencia y las fuerzas del viejo modelo se opongan. Esto será muy indicativo de lo que puede suceder con la investidura, donde la resistencia al cambio puede ganar una batalla si, de una forma u otra, las fuerzas del viejo bipartidismo se alían, aunque perderán la guerra más pronto que tarde, cuando los ciudadanos vuelvan a escribir en unas nuevas elecciones, siempre próximas, el texto de las demandas que sus representantes no supieron o no quisieron leer y hacer suyas.

Como ves, querida, sigue siendo decisivo saber leer y leer bien, comprendiendo lo que se lee.

Un beso.

Andrés