Saludos de nuevo. Acabadas las vacaciones de este tiempo de Navidad, toca la vuelta al cole y, también, a las ocupaciones laborales. Pues precisamente en ambos ámbitos, el educativo y el del trabajo, creo que tiene sentido analizar lo que hoy nos disponemos a hacer. Hablaremos de rendimiento, el nudo gordiano de la cuestión en tales contextos, muy por delante del presencialismo o de aquello tan de aquí como "calentar la banqueta".

Y la cuestión no es menor. El rendimiento es, como saben, el cociente entre lo que aprovechamos de una tarea y lo que dedicamos a ella. Liga, por tanto, los recursos destinados a acometer un reto por parte de una persona o grupo, y la cuantificación del beneficio obtenido por ello. Si las empresas no tienen un determinado rendimiento, se ven abocadas al fracaso. Y las personas, de igual modo, necesitan obtener un rendimiento de su esfuerzo, por ejemplo en el caso del estudio, para poder seguir caminando.

Pero rendir no es un acto automático. Y el resultado de cuánto se rinde no viene de una correlación simple con el número de horas invertidas en ello. Es más, muchos especialistas avisan de que, pasado un cierto umbral, el rendimiento se hace mucho más pobre. Si uno quiere contar, entonces, con una plantilla fresca y motivada, que rinda bien en el trabajo, la solución no es esta especie de usura imperante hoy, que habla de jornadas de ocho horas sobre el papel, pero que exige mucho más. Eso es, desde el punto de vista de la empresa de vanguardia, pan para hoy y hambre para mañana.

Conviene hacer una puntualización. Y es que no estamos hablando de un momento puntual, o de un proyecto en un estado especial en el que hay que dar el do de pecho. Ahí se le dedican horas, y todo el mundo comprende que puede haber un punto crítico, de forma excepcional, y pasar un par de días completos sacando el trabajo adelante. No. Yo les hablo de aquellas realidades -muchas en el panorama laboral actual- donde un avispado que se dice empresario pretende ser así más competitivo o, directamente, ganar más. No es el camino. Uno de los principales activos de las organizaciones son las personas. Y su rendimiento será pobre o muy pobre si ese es el paradigma.

Y es que ejemplos hay muchos de que "estar por estar" es enemigo de una mayor productividad, rendimiento y eficacia y eficiencia. Una doctrina llevada a rajatabla en los países más avanzados de nuestro entorno, pero que aquí no acaba de madurar. Hay quien piensa que si le dedicas catorce horas diarias a trabajar, haces necesariamente muchas cosas. ¡Craso error! Los ejemplos que yo conozco han transmutado tal actividad fabril por una capacidad inusitada de convertir el tiempo dedicado a ello en una catatonia casi perfecta de resultado nulo o casi nulo o, en el caso opuesto, en una serie de aspavientos, más o menos ligados con las cuestiones a las que se supone debería ocuparse tal persona pero nada centrados, cuyo rendimiento tiende a cero en muchísimas ocasiones.

Y es que las curvas de rendimiento tienen una lógica draconiana. Y por mucho que se empeñe uno en abundar en el presencialismo, más vale menos tarea y mucho más orientada a resultados, que un mero "estar". En el estudio es evidente. Yo he recomendado durante años a mis alumnos que intercalasen franjas de estudio con otras dedicadas al deporte o, incluso, a disfrutar de una buena lectura y una bebida caliente, en un rato de relax. Esas maratonianas jornadas de estudio de tardes enteras a las que se encomiendan estudiantes de bachillerato o universidad un poco despistados sirven, en términos reales de aprendizaje, de mucho menos que un esfuerzo mucho más constante y reducido, acompañado de actividades de descanso para el cuerpo y para la mente. Se trata de fijar conceptos, ¿no? Pues eso es enemigo de echar horas pensando en el vuelo de las moscas... A menos que uno estudie para entomólogo, claro.

El estudio Bienestar y motivación de los empleados en Europa, de IPSOS y Edenred, va en esta línea que yo les digo. En el caso de la jornada laboral, esto implica una apuesta por el teletrabajo, la flexibilización efectiva de horarios y la racionalización de horarios. Y, por supuesto, horas suficientes para alcanzar de forma sólida los retos planteados cada día, pero sin entrar en dinámicas de procrastinación que derivan en jornadas abultadas y, a la larga, ineficientes. Eso no es trabajar... Es pasar el tiempo.

Pero este es el país del Lazarillo de Tormes y hay quien -empresarios o trabajadores- sigue pensando que trabajar es hacer que se trabaja, o que cuantas más horas se esté, mejor. Casos hay sangrantes, y conozco alguno, de empresas españolas trabajando en países nórdicos, por ejemplo, donde las normas internas de la compañía doméstica buscan explícitamente saltarse los sistemas de control del máximo de horas trabajadas, vigentes en dichas latitudes. Pero, reitero, esa no es una buena política. Trabajar, en media y en el caso de la jornada habitual, no ha de superar nunca un tercio de las horas disponibles en el día. Otro tercio es absolutamente necesario que se dedique al descanso. Y el restante se supone que es aquello que dedicamos a nuestras necesidades personales y al ocio, el deporte y la socialización, un aliado fundamental si queremos vivir en un contexto de personas sanas, equilibradas y que, cada vez que acometan su actividad laboral, estén dispuestas a superarse y a avanzar.