La urbanización de la Marina, que deberá pagarse a precio de oro, ha resultado ser de cartón piedra. El propio autor del proyecto, el arquitecto Luis Collarte, que renunció a ser director de la obra, ya había advertido en una entrevista en LA OPINIÓN en agosto del año pasado, poco después de la azarosa finalización de la obra, que el pavimento de la nueva fachada marítima estaba escaso de junta y se rompería en poco tiempo. Sabía de lo que hablaba, pues en los meses siguientes sobrevino un festival de desperfectos, atajados sobre la marcha con puntuales reparaciones hasta que en estos primeros días del año el pavimento de la avenida se vino literalmente abajo.

El tramo que ya se había tenido que reconstruir apenas cuatro días antes, acabó hundiéndose estrepitosamente el día de Reyes. Más dinero tirado en ese pozo sin fondo. El pavimento se desmigajó, se abrió en socavones y provocó que se levantaran varios bloques de piedra. Un desastre anunciado que obligó a la Autoridad Portuaria a desviar el tráfico de la avenida por la acera.

Es la enésima desfeita en la faraónica intervención en la fachada marítima, que se viene a sumar a otros graves desperfectos en O Parrote y el túnel. Con el agravante, en el caso del pavimento de la Marina, de que este hundimiento parece ser una enmienda a la totalidad. Hay serias dudas sobre la viabilidad del modelo adoptado. Estos continuos deterioros vienen a corroborar la advertencia del arquitecto sobre los fallos endémicos del proyecto y auguran un rosario de futuras roturas y sempiternas reparaciones que además de imposibilitar el tráfico en la zona, supondrán una considerable y permanente sangría de presupuesto. Tal y como se hizo, sin el espesor y la unión de juntas adecuados, Collarte augura una única y lapidaria receta ante los más que probables futuros desperfectos: cambiar el pavimento cada vez que se rompa.

Y no es porque fuese una obra precisamente barata. El Ayuntamiento deberá empezar a pagar el próximo año un crédito de diez millones de euros para financiar su parte en la actuación de la Marina y O Parrote, de los que casi cuatro corresponden a la urbanización de la superficie de la Marina. Una factura municipal a la que el Puerto pretende añadir otros 2,6 millones por una serie de actuaciones sin detallar, a cuyo pago se ha negado el actual Gobierno local sin una aclaración detallada del destino de ese dinero.

La nueva legislatura municipal coruñesa arrancó este verano con un claro desencuentro entre el nuevo Ejecutivo y la Autoridad Portuaria, apoyada en este pulso por el PP, padre también de la criatura, ante la negativa de las autoridades de María Pita a recibir oficialmente las obras de la Marina. El equipo de Xulio Ferreiro viene argumentando desde entonces que las obras tienen serias deficiencias que deben ser subsanadas por el Puerto antes de su recepción por el Concello, ya que de lo contrario el coste se repercutiría a las arcas municipales, a mayores de la ya descomunal hipoteca del crédito por pagar. Los incesantes deterioros y el cumplimiento de la profecía del arquitecto Collarte sobre el hundimiento del pavimento de la avenida han venido a dar la razón a los responsables municipales.

Los desastres de la Marina obligan a una oportuna reflexión de la que extraer lecciones. La primera, que, por inaudito que resulte, es la segunda vez en la que se tropieza en la misma piedra. Las numerosas críticas a la gestión urbanística hace una década del complejo de Palexco y el centro de ocio portuario, centradas en su planeamiento a espaldas del mar, apuntaban ya al pecado de acometer actuaciones tan emblemáticas y costosas sin un previo y amplio debate ciudadano y profesional. La discusión y la transparencia que entonces se echó en falta volvieron a brillar por su ausencia en la reforma de la Marina, uno de los entornos coruñeses más emblemáticos, que demandaba un profundo debate que no apareció ni por asomo.

Buena parte de los problemas que ahora emergen, habrían sido detectados en esa tormenta de ideas que nunca se produjo sobre la reforma de la Marina. El primero, la fallida concepción del pavimento que condena a la avenida a un costoso e ineficaz quita y pon. Otro tanto habría ocurrido con la ausencia de zonas verdes, tan criticada por el vecindario y demandada en vano por el arquitecto a los responsables administrativos de la obra. O con la controvertida inclusión al filo de la legalidad de locales hosteleros que ha encendido al gremio de la zona.

Esa opacidad, derivada de una actuación marcada por las prisas de su instrumentación electoral en el pasado 24-M, que es también una de las razones del penoso acabado de la Marina, ha desembocado en este insatisfactorio escenario.

Así las cosas, ya va siendo hora de dejar a un lado guerras institucionales interesadas que solo persiguen encubrir los verdaderos problemas. La Autoridad Portuaria y el anterior Gobierno local presidido por Carlos Negreira deben a los coruñeses una explicación sobre su responsabilidad en esta obra cuestionada. A partir de ahí, aún se está a tiempo de recuperar ese debate sobre la mejor manera de enderezar un entuerto cuya factura estará sobre la mesa en los próximos años. Sin escudarse en cortinas de humo políticas.