Escribí aquí que pasaba las Navidades entre naranjales pues estuve por la costa levantina. Aparte de otras gozadas, un día me desplacé a Peñíscola y recorrí el aguerrido palacio del papa Benedicto XIII, el papa Luna, coprotagonista del cisma de Aviñón, que corona el núcleo histórico como vigía mediterráneo. Solo añado que merece ser visitado. Y la víspera de mi regreso consideré que mi impresión histórica, urbanística, gastronómica y monumental de Valencia quedaba incompleta si no me metía en la Valencia espectacular, en la del puerto de la copa de América, en la Valencia de la ciudad de las Artes y las Ciencias. Alguien pensará en la Valencia del plumero y el despilfarro -y no le corrijo ni desmiento-, pero he de reconocer que es una parte de la ciudad que si ya ahora deja impronta por sus edificios que arañan el cielo, los estilizados puentes, paseos entre estanques, todo en demasía, de forma apabullante, qué no será dentro de 15 o 20 años, cuando todo aquello esté completo, rebosante de vida, a pleno rendimiento. Es fácil comentar que la ciudad se ha hipotecado con esas obras espectaculares, pero opino que ha valido la pena. Siempre admiraré la magnanimidad y visión de futuro de algunos gobernantes.