Un tiempo nuevo, el tiempo de la transparencia, devolver la democracia a los ciudadanos, etc. etc. tales eran las soflamas que durante la pasada campaña electoral nos vendían a los ciudadanos las formaciones políticas emergentes e incluso las tradicionales contagiadas en cierta medida de los tintes populistas de las nuevas formaciones. Un Iglesias crecido llegó a anunciar el fin de las reuniones a puerta cerrada en hoteles de lujo. Supuestamente la ciudadanía tendría acceso a toda la información y sería partícipe de los acontecimientos. Bien podría empezar el Sr. Iglesias por explicar, de una vez por todas, sus oscuras relaciones con Venezuela o Irán. Pero dicho esto vayamos al nudo gordiano de mi análisis. Nunca la sociedad civil estuvo tan apartada de la información y nunca tan ignorante de su futuro. Más de 40 millones de españoles asistimos a tal ceremonia de confusión. No sabemos quién nos va a gobernar, desconocemos las reuniones más que secretas que se están produciendo sobre las alfombras del poder en la capital de España. Solo las cúpulas de los partidos, absolutamente herméticas parecen saber algo que no nos quieren contar. Se nos limita la información a cuestiones intranscendentes para nosotros: que si Podemos quiere 4 grupos parlamentarios, que si el PSOE cede senadores a los independentistas y también que si en el PP o en el PSOE se están produciendo luchas internas para mover la silla de sus máximos dirigentes. Más allá de estos gestos estéticos y declaraciones grandilocuentes, no hay nada. Curiosamente todo ello rodeado del silencio cobarde de asociaciones empresariales y de esos movimientos de supuestos intelectuales que acostumbran a firmar declaraciones de apoyo, generalmente en un único sentido, cuando tratan de influir en la opinión pública para conformar un estado de opinión. Ahora ni tan siquiera estos se pronuncian. Mientras este dislate se mantiene nuestros mercados caen a mínimos de principios de siglo, el petróleo se desmorona en su cotización, China amenaza con dinamitar la economía mundial y la incipiente recuperación económica y de empleo nacional parece correr peligro ante la ausencia de respuestas políticas que ofrezcan seguridad ante un entorno europeo que ve más sombras que luces en el futuro inmediato de este País, que, de momento, llamamos España. Si a esto es a lo que llaman un tiempo nuevo que Dios nos coja confesados. De momento vuelve a ganar la partitocracia y volvemos a perder los ciudadanos rehenes, hoy más que nunca, de las camarillas de amigos que gobiernan los partidos políticos españoles. Esto huele a viejo.