Sánchez, escribí la semana pasada, va camino de cargarse al PSOE por su temeridad, ambición y simpleza y va a contar con la inestimable ayuda de Iglesias y de su mediocre Comité Federal. Todavía no se ha dado cuenta de que Iglesias va en serio a por el espacio del que hasta ahora han sido dueños los socialistas. Iglesias constató en las municipales y autonómicas que la mayor debilidad de los socialistas es su profundo y persistente sectarismo hacia el PP. La debilidad que llevó al PSOE a apoyar a Podemos, Mareas, Compromís y demás con tal de cerrar el paso a los populares en Ayuntamientos y Comunidades Autónomas, una clara demostración de que no se han movido los socialistas del pacto del Tinel en Cataluña pese a sus desastrosas consecuencias. Sus excelentes resultados el 20-D, casi alcanzando al PSOE, dieron ocasión a Iglesias de repetir la jugada aprovechando el rotundo No es No de Sánchez a Rajoy. La contumaz negativa de Sánchez y su ambición lo han echado sin remedio en brazos de Iglesias que ha ido subiendo el precio de su apoyo. Primero fue el referéndum y el viernes la única vicepresidencia y carteras para Podemos, IU y los de Colau, por cierto, ¿con el visto bueno de Beiras?, en el gobierno que presidirá, es un decir, Sánchez con un programa debatido y pactado con luz y taquígrafos. Ese precio deberá pagar Sánchez si quiere llegar a La Moncloa, la sonrisa del destino que, por boca del Rey, Iglesias ofreció a Sánchez entre desprecios y humillaciones a él y a su centenario partido. Y si Sánchez acepta estas condiciones le pondrá otras y otras hasta llegar a las que hagan imposible el acuerdo, porque de lo que Sánchez todavía no se ha enterado es de que lo que Iglesias quiere de verdad son nuevas elecciones para arrebatarle al PSOE e IU un buen puñado de votos y convertirse en líder de la izquierda española. Una apuesta astuta e inteligente y con muchas papeletas.

Y magistral estuvo Rajoy. Estaba dispuesto el día anterior a asumir su responsabilidad acudiendo a la investidura. Una ocasión solemne para dejar un discurso de estadista ante los grupos que no le quieren, el socialista ante todo, ante los electores que por ingenuidad, ignorancia o indignación confiaron en opciones que ofrecieron la luna y ante unos comunicadores que ahora empiezan a preocuparse. Pero a la vista de las exigencias de ayer de Iglesias y de la tozudez inelegante de Sánchez, Rajoy declinó con buenas razones el ofrecimiento del jefe del Estado y traspasó toda la presión a Sánchez. No fue la actitud de un trilero y un antisistema como dijo iracundo el secretario de organización del PSOE, Luena, sino la muy correcta decisión de quien no tiene por qué comparecer para soportar más descalificaciones de las que ha llevado durante la legislatura para, finalmente y de premio, recibir un estruendoso no de todos los grupos. Si Sánchez nada quiere con Rajoy y se cree con apoyos para ser investido, adelante. Jugada maestra la de Rajoy que obliga al PSOE a definirse y a asumir enormes responsabilidades de futuro ante la sociedad española y la UE, pero jugada arriesgada también porque si Sánchez convence a sus barones, a la baronesa y a la vieja guardia, o se empecina contra todos ellos y pacta lo imposible con Iglesias y la tropa independentista, el gobierno que tendremos será devastador y lo pagaremos todos. Es lo que tienen la ignorancia, la ingenuidad y la falta de responsabilidad. Es, dirán algunos indocumentados, lo divertido de la fragmentación y la polarización política.