A nadie le sorprenderá que un trabajador autónomo haya invertido los ahorros de su vida en cuatro pisos alquilados y una vez jubilado, cobre su pensión y sus rentas, menos los correspondientes impuestos. Del mismo modo la empleada que quiso ahorrar durante su vida laboral e invirtió en acciones que le resulten rentables, disfrute de dividendos, también después de jubilada. Son ejemplos de andar por casa que se salen de los extremos; el más abundante es el de los pensionistas que no han podido ahorrar nada y sobreviven en el umbral de la pobreza, de la energética y de la otra y en la otra esquina, el más selecto club de los que se preocuparon de cubrirse bien el riñón durante su vida laboral como grandes empresarios o ejecutivos que no se preocupan de saber si tienen o no derecho a pensión pública y no hay quien les ponga un cascabel para saber dónde tienen paradero sus beneficios legales o inconfesables.

Es decir, se puede compatibilizar una pensión con la percepción de intereses bancarios, con ganancias en bolsa, con ingresos de alquileres, y un largo etcétera. Los creadores, sin embargo, no pueden compatibilizar su pensión con la continuidad de su obra. Una medida que solo existe en España, como si aquí nos sobrara la producción de los escritores, pintores, músicos, y otro largo etcétera, de todos aquellos que compatibilizaron su actividad profesional, seguramente alimenticia y de supervivencia, con la creación de novelas, poemarios, guiones, partituras...

Aunque los ojos se les hayan abierto mucho, piensen que a autores como Javier Reverte, el premio Cervantes Gamoneda, Luis Landero, Eduardo Mendoza?les pagamos 2 euros por derechos de autor de un libro de 20 euros y los 18 restantes se los fiscaliza el IVA a editorial, distribuidora y librería. Esto pasa en este país, en nuestro entorno estarán esperando para que nuestros autores cedan sus derechos a editores extranjeros y vendan ellos los derechos de traducción, de adaptación cinematográfica.

También le puede decir Montoro a Luis Landero que renuncie a esos pobres derechos de autor, que recupere su pensión de profesor y, como es un buen guitarrista, pille una rentable esquina en el metro, que malo será.

Ya no sé si lo que quieren es que volvamos a nuestros siglos de oro en los que nuestros autores que querían sobrevivir con la pluma habrían de mantener una actitud aparentemente libre e independiente de lisonjas mientras buscaban cobijo y sombra protectora. Lope de Vega y Góngora, después Cervantes y Quevedo tuvieron el amparo del duque de Sessa, el de Lerma, el VII conde de Lemos, el conde-duque de Olivares, el duque de Osuna? siempre al albur de los zarandeos políticos y cortesanos de Felipe III y Felipe IV. A lo mejor es lo que esperan de nuestros contemporáneos.