Acaba de salir, querida Laila, un libro de Jorge e Isabel Martínez Reverte que relata la matanza de los abogados de Atocha en 1977. Dramático y criminal asesinato político que, sin embargo, marcó para bien la transición de la democracia a la dictadura. El libro podría salir el año que viene, en que se cumplen los cuarenta años del crimen, pero me parece muy oportuno que se publique ahora, en medio de una crisis política, cuya salida algunos tratan, un tanto hiperbólicamente, de compararla con aquella transición. Es exagerado hacerlo porque aquello fue un auténtico cambio de régimen, de una dictadura golpista, que duró 40 años a una democracia representativa y parlamentaria. Lo de ahora, en cambio, es un proceso de regeneración, de cambio del modelo con que se desarrolló aquella democracia. Modelo, el bipartidista, que también está durando 40 años, que se ha deteriorado profundamente, si no corrompido, y cuya reforma y aggiornamento es condición necesaria, precisamente para la supervivencia del régimen que democráticamente establecimos con la Constitución del 78. Es curioso: cuarenta años de franquismo, cuarenta años de democracia bipartidista y, esperemos, que muchos de democracia más plural, más proporcional y más sana y madura. En ello estamos.

Vivimos pues, querida, momentos de una profunda crisis política y experimentamos la expectación y, en casos, hasta la angustia por saber lo que va a pasar. Para ello nos conviene tener muy en cuenta lo que en realidad ha pasado y valorarlo acertadamente. A ello nos ayudan trabajos como los de los Reverte, porque nos aclaran que es lo que nos estamos jugando: un régimen de libertades, que nos llevó a olfatear al menos el bienestar y que costó sangre, sudor y lágrimas alcanzar. Es esta una herencia a preservar y hacer que siga siendo útil y que, para ello, es imprescindible restaurarla y limpiarla del óxido y de la podredumbre con que el tiempo y el mal trato la han dañado. No importa, o importa menos, el tiempo o el dinero que este trabajo de regeneración y de restauración pueda llevarnos o costarnos. Es un trabajo de profunda limpieza, de restauración y de construcción de mecanismos nuevos que hagan funcionar bien un sistema a punto para servir al bienestar con equidad de sus usuarios: todos los ciudadanos. Cualquier proceso llevará su tiempo: los pactos, si son posibles y útiles, sobre todo para eliminar la mugre, o las elecciones de nuevo, si la corrupción y el inmovilismo se enquistan. Solo el trabajo sin pausa, el rigor y los pasos en firme, sin concesiones a la contumacia, al miedo y la impunidad, son garantía de una regeneración efectiva. Son temibles el fracaso, la frustración y el continuismo más o menos disimulado. No lo son el esfuerzo que el cambio cueste, el tiempo que lleve o las correcciones que en el proceso haya que hacer.

A estas alturas ya sabemos y podemos intuir que, si lo que buscamos es un cambio real y efectivo, nos va a llevar tiempo, bastante tiempo. Porque el partido de minoría mayoritaria y su líder, están ya invalidados, tanto por sus políticas como por la corrupción que los descalifica absolutamente. Porque el segundo partido, profundamente dividido y desorientado, es incapaz de ser alternativa de nada por sí mismo y su líder, tan bisoño como osado, no cuenta ni con los suyos. Y porque las formaciones del cambio no cuentan aún con el respaldo electoral suficiente, con la necesaria cohesión interna y con un proyecto claramente definido.

En definitiva, la cosa llevará su tiempo, lo que siempre es preferible a un cierre en falso que disimule la podredumbre y no olvides, querida, que la transición, en realidad, necesitó años para culminarse. Calma.

Un beso.

Andrés