La corrupción sigue su camino inexorablemente, sin que los sucesivos gobiernos hayan logrado ponerle coto. La corrupción no es exclusiva de una cultura, de una sociedad, de una ideología: es el uso del poder en beneficio propio.

Ni la ley de transparencia, ni el trabalenguas Código para el buen gobierno del Gobierno, han sido eficaces porque la política tiene todavía por objeto el interés de los partidos, no el de los ciudadanos. Obsérvese en Galicia, cómo a medida que se acercan las elecciones autonómicas los tres alcaldes podemitas de nuestra provincia incrementan, de modo desusado, su actividad política en ámbitos ajenos a su competencia.

Al ciudadano le sobran las disertaciones teodiceas y le faltan acciones concretas que animen e incrementen su confianza en los gobernantes. Los promotores inmobiliarios no se han mordido la lengua al señalar la "paralización del sector de la construcción" -uno de los motores del desarrollo- que achacan a la falta de gestión del gobierno municipal.

Los meses se suceden y no se vislumbran efectos ilusionantes. Lo que aparece son los Carnavales, mientras en el vodevil de la política nacional contemplamos el vals de los cuatro perdedores y a los eméritos, liderados por Felipe González, intentando hacer valer su contrastada experiencia. El Congreso, a su vez, se ha convertido en una suerte de plató televisivo.

El espectáculo recuerda a las rancias películas españolas con niño incluido. Podemos ha irrumpido con su coreografía ensayada. Sus integrantes, "muy mal vestidos", en su postureo, se comportaron como el dandy ante el espejo cuando la televisión les puso el foco. Pablo Iglesias se reservaba la frase "espontánea" de impacto, que traía elaborada de casa. O sea, el recetario político de la modernidad, urdido con viejas fórmulas comunistas.

Otrosidigo

Obras tan importantes como el ferrocarril a punta Langosteira, el vial que une la tercera ronda con la autopista, el dragado de la ría del Burgo, quedan pendientes, a expensas de los estudios medioambientales. Nuestro optimismo decae, si tenemos en cuenta que bajo el comodín del "impacto ambiental" tardó una década en llevarse a cabo el despliegue de Alvedro.