Las estadísticas nos dicen que hay cada vez más casos de maltrato a niños y adolescentes que no se adaptan en el grupo, que llegan a no querer ir al colegio e incluso al suicidio. No son casos aislados, sucede en nuestras ciudades y pueblos. Había también casos antes, sin duda, pero no trascendían a la opinión pública.

Ayer leía en este periódico que el titular del departamento de educación presentó al Consejo de Ministros un plan estratégico de convivencia escolar, y dio la idea de establecer un teléfono gratuito y "sin pista" para atender a niños acosados. Toda preocupación por este lamentable tema llega tarde, pero en cualquier caso enhorabuena.

Porque no olvidemos que lo terrible de un niño maltratado, con temor constante es que se proyecta en su interior el miedo, y hace de esta emoción su única respuesta sentimental, su vida es el miedo. Suelen ser inexpresivos y sufren pavor de pensar en encontrarse con los torturadores.

Estas víctimas cuando pueden reaccionan maltratando a otros más débiles. Se vuelven violentos contra el débil y en algunos casos contra los miembros de su propia familia. En esto consiste la espiral de la violencia; se procura otro sujeto en el que ejercer la violencia. Nunca quieren reconocer ante nadie lo que les pasa, ni padres ni profesores, les da vergüenza, pues en esta sociedad el que no sabe defenderse es considerado un "pringao".

Tienen miedo de cómo pueden reaccionar los adultos cuando pidan ayuda. Falta comunicación, una comunicación que debe ser constante y no meramente puntual, además de indirecta, acompañando en el descubrimiento de su propio camino, conociendo sus amistades y comprobando si las tiene y haciéndole entender que será aceptado tal como es.