Tengan buena jornada, amigos y, sobre todo, amigas. Porque hoy es el día en el que el mundo entero fija su mirada en la execrable práctica de la mutilación genital femenina, tan vigente aún en determinados países. Y lo hace de la mano de Naciones Unidas, que ha declarado este día, 6 de febrero, como el de tolerancia cero a ese fenómeno. Son unos ciento treinta millones, según cálculos de la entidad supranacional, las mujeres que viven, fundamentalmente, en una treintena de países de África y Oriente Medio y que han sido objeto de esta práctica. Mujeres que, en muchas ocasiones, se han enfrentado a las consecuencias de un fenómeno verdaderamente absurdo y cruento, y que ha provocado muertes, dificultades en el parto, a veces graves, terribles infecciones y traumas de difícil superación. Una práctica que, de acuerdo con las directrices de la Organización Mundial de la Salud, nunca está justificada por razones médicas. Únicamente la tradición, elementos culturales y de presión del grupo hacen que tal práctica haya llegado a nuestros días. Fíjense cómo es así, que solo el dieciocho por ciento de las ablaciones, según las mismas fuentes, son practicadas por profesionales de la salud con medios más o menos adecuados. El resto, imagínenselo. Desde cristales rotos a cuchillas de afeitar oxidadas y... reutilizadas son los aperos con los que se realiza, en vivo, tal acto.

Fruto de las migraciones y del hecho de que nuestra sociedad es, felizmente, cada vez más multicultural, la realidad de la mutilación genital femenina no nos es ajena hoy en España. Diecisiete mil menores que viven en nuestro país están expuestas a tales prácticas, que se suelen realizar en el transcurso de viajes de las mismas a sus países de origen. Elementos como el nivel cultural de los padres, la mayor o menor prevalencia de tales prácticas en el seno de su familia, el arraigo cultural o la presión de grupo son los que hacen que dichas menores sean finalmente conminadas, de una u otra forma, a pasar por tal rito iniciático. No es cierto que la mutilación tenga una base religiosa, ya que la población afectada profesa diferentes credos y, además, dentro del mismo se practica o no en función de otros factores mucho más apegados a la tradición.

Naciones Unidas considera la práctica de la mutilación como una violación de los derechos humanos, ni más ni menos. Y, consecuentemente, llama la atención de los países afiliados para terminar con esta lacra, que una vez más cercena la libertad y la capacidad de obrar de las mujeres. Pero no es un asunto fácil. Las leyes, en muchos países, prohiben expresamente esta práctica. ¿Y qué? Porque, en determinados contextos, ¿quién conoce las leyes? Y, aún conociéndolas, ¿cómo hacer para que se apliquen, sobre todo porque el "enemigo" está a veces en la propia familia? Solo con un verdadero compromiso de actores muy locales, apegados a los grupos humanos y a su tradición popular, se podrá cambiar el paradigma. Todo ello en un claro paralelismo con lo acaecido con otras problemáticas, como la de la transmisión del VIH/Sida. Recuerdo el caso de Uganda, por ejemplo, que cosechó muy esperanzadores resultados en el control de la epidemia, muy superiores a los de otros países de su región, a partir de un trabajo de formación de formadores y trabajo en grupos de acción locales, muy cerca de las personas, y capaces de cuestionar en primera persona y de tú a tú determinadas prácticas, creencias e ideas que fomentaban la transmisión de la enfermedad. De igual modo, de poco sirven los desideratos internacionales en materia de ablación genital si no se permea a la población, cara a cara y con un método de "lluvia fina" el nulo beneficio y los muchos perjuicios, de todo tipo, que implica para la mujer dicha práctica, en un trabajo de campo y a "pie de obra".

Lo que está claro, según todas las fuentes, es que la ablación no favorece a la mujer ni le reporta ningún beneficio, y sí muchos perjuicios en materia de salud. Y que, además, perpetúa sistemas de control machista y dominante, que busca la reducción o eliminación del placer sexual femenino, convertida así en un mero objeto reproductivo. Un problema más para cargar en la mochila de quien, en un esquema profundamente asimétrico de la convivencia y de los derechos en torno a la misma, se lleva la peor parte: las mujeres, por el simple hecho de serlo.

Pues ya lo saben... un apunte más en aras de un mundo más justo. En este caso, en términos de derechos humanos. ¡Sean felices, en la medida de lo posible!