Buenos días. Les propongo un ejercicio y, para eso, déjenme que me haga hoy eco del reciente informe de la Unión General de Trabajadores, UGT, sobre el estado del mercado de trabajo y, a la par y ya con cierta perspectiva, de las consecuencias de la reforma laboral impulsada hace cuatro años. El informe, presentado este mismo lunes, llama la atención sobre algunos hechos verdaderamente relevantes en materia de evolución del empleo y la salud laboral en España. Si les parece, comenzamos hablando sobre ello.

Siguiendo tal informe, tomen nota de dos datos. El primero, que buena parte de los contratos de trabajo firmados últimamente tuvieron una duración extremadamente corta, hasta el punto de que la cuarta parte de los firmados en 2015 no estuvieron en vigor más de siete días. Y, el segundo, otro dato palmario, resaltado en titulares. Y este es que seis millones de personas asalariadas cobran, a día de hoy, menos que el ya exiguo Salario Mínimo Interprofesional para 2016. Son datos macro los dos, pero bastante concordantes con muchas de las microrealidades que uno conoce, o de las que le hablan otras personas sobre sus circunstancias directas.

Pero fíjense... A partir de aquí, la polémica está servida. Leo con interés las reacciones de los diferentes opinadores, medios y sus lectores, a partir de lo explicado por la entidad sindical. Y, como pueden ustedes suponer, hay opiniones para todos los gustos. Desde quienes se alinean a pies juntillas con el contenido del informe, hasta quienes lo cuestionan por completo, o lo utilizan como arma arrojadiza para afear la conducta de unos o de otros. Hay quien, a partir de ahí, abunda en su crítica de la antedicha reforma laboral, verdaderamente muy cuestionada por diferentes partidos políticos, que plantean derogarla si está en sus manos. Otros, sin embargo, critican al mundo sindical por el contenido de tales informes -por un lado-, mientras que han aplicado tal denostada reforma en procesos de despido surgidos en ese mismo ámbito. Por mojarme, les diré que, posible propaganda aparte de todos los actores en liza, soy de los que creen -desde una mera perspectiva técnica e independiente- que la evolución actual de la cuestión laboral conduce a una sociedad peor, mucho más desigual y más difícil desde todos los puntos de vista.

Y aquí es donde quiero ir, el ejercicio de reflexión que planteaba... Parece que cualquier noticia, por objetiva que esta sea, suscita crítica y apoyo independientemente de la lógica que la sustente. Es como si los gabinetes de prensa de unos y otros estuviesen permanentemente al quite para vestir de datos y cifras contrarias cualquier aseveración de los del otro lado de la cancha, intentando cambiar la botella medio llena por la medio vacía, y viceversa, sin que la realidad importe. Y todo ello de forma independiente de cuál sea esta, compleja y plurifacética, pero no tanto como se estira a veces desde los despachos de los especialistas en comunicación.

Y he ahí el nudo gordiano de la cuestión: al final, por mucho que un determinado gobierno o grupo de interés salve la cara con una reacción a tiempo en el corto plazo, la realidad es sensible a estos dislates, y termina pasando factura de ello a toda la sociedad. Parece que si uno critica algo, lo hace porque esté alineado con los de enfrente, cuando esto no tiene por qué ser así y es bueno que no lo sea. La realidad, objetiva, dinámica y susceptible de mejoras siempre, es la que es. Y su progresión, en un sentido o en otro, lleva a un devenir y no a otro, y nos hace mejores o peores como grupo. Si se obvia una discusión centrada verdaderamente en los hechos y los datos, donde todo el mundo aporte y se haga la necesaria síntesis a partir de la tesis y su antítesis, la sociedad y su discurso se empobrecen. Y se pierde una nueva oportunidad para mejorar. Es el reino de los eslóganes, por encima de las ideas.

Yo creo que en ese momento está hoy España. En el de las siglas, un discurso vacío de excesivo contenido y una crítica feroz al otro desde la órbita de cada uno de los grupos de interés personados en esto de lo público. Falta gente independiente con vocación de seguir siéndolo, falta análisis poco apegado a ninguno de los estamentos de poder y falta mucha crítica constructiva. Faltan toneladas de consenso y dialéctica sana confrontado ideas con el único objetivo del bien común. Con ánimo de dilucidar cuáles son las mejores lógicas para la construcción de lo colectivo y, así, sentar los mimbres para una sociedad mejor. No hacerlo no es quedarse igual. Es seguir empeorando como grupo humano organizado. Y es una pena.