Lo que tendría que estar siendo solo materia de estudio para bachilleres, objeto de investigación para periodistas e historiadores, se nos presente como actualidad rediviva; aquella tarde de lunes en febrero de 1981 venía precedida de multitud de amenazas, colectivos de almendros que incendiaban columnas de prensa, cuartos de cuarteles con altavoz para anunciar la epifanía del salvador como un asalto anunciado, no ya al Congreso, sino el asalto a la libertad.

La autocensura era una realidad incontestable desde las presiones anticonstitucionales años atrás, la información seguía circulando entrelíneas en la nueva prensa y había que seguir acudiendo a buscar en la prensa francesa constataciones de realidades que dentro no podías, ni querías confirmar, aunque fuesen secretos a voces, era la involución.

Con suerte dentro de un par de generaciones estarán atados más cabos y verán la luz datos que hoy se nos siguen escabullendo a los testigos de los tanques en Valencia, las tensiones en Madrid y las indecisiones por doquier.

Mientras tanto no podemos dejar de observar cómo aquellas imágenes, que casi recordamos como un NO-DO, podrían intercambiarse con muchas de las que actualmente vivimos. Parece como si alguien hubiese abierto la jaula de las fieras y todo volviese a valer para llevar el agua a su molino. La involución, otra vez.

No me digan que no es penoso que dos comediantes de títeres con cachiporra en Granada pasen desapercibidos y en Madrid sean encarcelados, que casi 300 sindicalistas sigan pendientes de juicio y acusados por huelgas o manifestaciones, como los absueltos de Airbús.

No puedo entender que más de treinta universidades públicas sigan manteniendo con nuestros impuestos las capillas católicas y que una joven sea juzgada por haberse manifestado hace cinco años sin camiseta, ¿hubiese pasado lo mismo si un servidor enseñase su panza al respetable? Un profesor universitario no puede enseñar bien las matemáticas si tiene cerca de una alumna con escote. ¿Se imaginan a una profesora de literatura que comente en clase algún fragmento erótico del Cantar de los cantares, San Juan de la Cruz, Góngora? y diga que no puede concentrarse porque entre sus alumnos hay un bombero de calendario con ajustada camiseta definiendo su perfecta musculatura?

Quizá la solución sea la del diputado popular madrileño Jesús Formosel, que, preguntado por la Púnica, responde: "Eso no me lo dices en la calle".

Quizá también tenía razón el obispo de Tenerife cuando hace unos años afirmaba que los adolescentes están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo y provocándote, refiriéndose a la pederastia.