Me parece estar escuchando a la periodista Gloria Serra, del programa de La Sexta Equipo de Investigación, enunciando, con su característica e inquietante entonación, la frase "Ropa Barata", en uno de los reportajes de su programa, dedicado a las condiciones laborales en la fabricación de las prendas que podemos comprar en muchas de las tiendas de nuestro alrededor. También estos días Jordi Évole abordaba el tema, ante la sorpresa y admiración de muchos de sus compañeros periodistas, que normalmente acostumbran a mirar para otro lado ante la posibilidad de que el ingente monto de dinero que las firmas afectadas gastan en publicidad en sus medios pueda ser un buen aliciente para que sus jefes prefieran su silencio. Pasen y vean... Hoy el tema no es, en sí, la "ropa barata", sino las consecuencias de sistemas de producción optimizados para transferir toda la creación de valor de una actividad fabril sólo a alguno de los grupos de interés implicados en los procesos productivos. Y, miren por dónde, suele corresponderse con la propiedad de esos negocios.

La vida es como una espiral. Quien llega primero, pega doble. Y, si no tiene un mínimo de ética, no sólo doble. Lo multiplica por diez. O por cien. O por mil. O por millones... Si tú empiezas a poner pantalones en el mercado, y tienes la suficiente visión de negocio como para hacerlos de forma que a la gente le gusten, y eres capaz de hacerlos baratos, quizá te los compren. Si es así, tendrás más pedidos y, consecuentemente, un mayor volumen de producción, y ahí puedes dar la campanada. Puede que quieras que las condiciones de quien cose para ti sean razonables, y compartir de alguna manera el valor generado por una acción productiva que no es sólo tuya, sino de todos los elementos de la cadena. Pero, también, puede que no cedas ni un patacón de lo que consideras es sólo tuyo, y entonces ni siquiera cuentes con la gente que te hizo esos primeros pantalones, sino que busques quien te los haga mucho más baratos aún, quizá con la promesa de que hará más, más y más... El empleo está como está en esta bella tierra de Breogán, y mucho peor en otras partes del mundo, o sea que no faltará quien pida un crédito para comprar todas las máquinas de coser que hagan falta para elaborar tu pedido, y así ganar la confección del lote, casi sin margen. Tú, metido en el vórtice de tal espiral, ganarás más y más. Y esta persona soñará -cuentas de la lechera- con algún día amortizar todas esas máquinas, e incluso en lograr, algún día, lo mismo que tú.

Pero hete aquí que el siguiente contrato, después de haber vendido toda la campaña y más que tuvieras, no se lo das a esta persona. A pesar de sus lamentos y sus llantos, has conseguido a alguien que aún te lo hará más barato. Y, mira por dónde, que podrá comprar muy por debajo de su coste todas las máquinas que el anterior tuvo que soltar para al menos ir pagando los intereses de un crédito que le atenazará de por vida. Este nuevo ilusionado durará lo que el anterior, una, dos o tres campañas. Y luego, la muerte por inanición. No hay más pedidos. ¿Saben por qué? Porque algún incauto aún ha conseguido -o eso cree- producir más barato...

Esa eterna espiral la hemos alimentado entre todos y entre todas. Nadie da duros a cuatro pesetas. Y menos a tres, ni a dos. Y cuando entramos en una cadena de "ropa barata", tengamos claro que el de arriba sigue ganando a espuertas. ¿Dónde está entonces la fuga de todo el valor que no se nos repercute en el precio? Adivinen... Y es que es matemático...

Alguien aducirá, con toda la razón del mundo, que si no existiesen esas tiendas de ropa barata, ¿dónde se iba a poder comprar, con los sueldos vergonzantes que hoy se plantean, especialmente en nuestra querida Galicia, sin que el jefe de recursos humanos pierda la compostura? Es verdad. Tales tiendas cumplen una función perfectamente diseñada dentro de un sistema que avanza en inequidad a la par que en codicia. Hoy los ricos son más ricos, y los pobres, muchos más y mucho más pobres. Aquí también. Estas descripciones, con las que yo explicaba las economías y las sociedades de otras latitudes hace diez o quince años, hoy funcionan aquí también. Nos ha llegado la ola...

Todo es parte de lo mismo. De la precarización y de la concentración del valor. Y va a más. Lo mismo que pasa en la ropa que ha llamado la atención de Gloria y de Jordi, pasa en la fruta. Y no les cuento yo en la leche. O en la patata. O en casi todo lo que quieran ustedes. La sociedad que conocimos va a menos, escudada en excusas de mal pagador -nunca mejor dicho-, mientras que el valor sigue existiendo, pero está mucho más concentrado. Luego, los que lo recogen nos obnubilan con cifras abultadas y fortunas dignas de jeques del petróleo. Y no nos parece extraño... El índice de Gini de España, gran medidor de la desigualdad, está peligrosamente en alza. Ya se lo he contado más veces.

Soy muy respetuoso con todo el mundo, y no hago juicios morales. Y me apasiona el hecho económico y el mundo de la empresa, no me entiendan mal. Sólo digo que, si seguimos por este camino, cosecharemos una sociedad mucho más rota, menos vivible, y llena de cadáveres económicos. Para empezar, las de todos esos propietarios y trabajadores de talleres, tallerazos y tallercitos donde un día se cosió "ropa barata", luego liquidados al siguiente primo que entró al juego de hacerle la rosca al verdaderamente poderoso...

Pero hay otros modos, sí. Claro que los hay, viables y dentro de los límites de lo razonable y lo lógico. Hace falta un nuevo paradigma, más orientado a una cierta equidad. Sólo hacen falta tres cosas para ponerlo en práctica. Más visión, menos codicia y muchísima más empatía con el otro. ¿Empezamos?