Es el tiempo una magnitud que, queramos o no, siempre fluye en el mismo sentido. A diferencia de las tres dimensiones espaciales, no conoce valores negativos. Y nos proyecta desde la colección de momentos ya vividos -el pasado- al que algún día vendrá -que convenimos en llamar futuro, y que no existe salvo en nuestra capacidad de ensoñación-, pasando por el presente. Este último es un instante efímero y caduco por definición, y que se renueva tan constantemente como nuestra percepción es capaz de discernir. Y, precisamente, es esa colección de experiencias percibidas, de tantos presentes, las que, hilvanadas, damos en llamar nuestra vida. La de cada persona. Algo, en palabras de Ortega y Gasset, dramáticamente unido a uno, inexorablemente. Una especie de ADN personal único e irrepetible, circunstancial y definitorio.

El paso del tiempo es lineal y constante, pero lo percibimos de otra manera. A veces nos parece trepidante, y los minutos y las horas se nos escapan mucho más rápido de lo que quisiéramos. Fíjense, este es el último artículo que comparto con ustedes en febrero. Y eso significa que van dos meses ya de un año que parece que fue ayer cuando lo estrenábamos... Pero otras veces, sobre todo cuando vienen mal dadas, parece que el discurrir del tiempo se haga lento y farragoso, de forma que no pasan las horas de incertidumbre o pesar... El tiempo estira o encoge ante nuestros ojos como una goma elástica, por mucho que en entornos no relativistas esto no sea posible. Y esto para cada uno de nosotros o nosotras. En un conjunto de personas, cada cual tendrá su propia percepción del paso del tiempo, según su momento vital. ¿No es increíble y hasta maravilloso?

El tiempo pasa. Y, con él, cumplimos años. Un mal menor, teniendo en cuenta que la otra opción posible es, directamente, no cumplirlos. No estar. Desaparecer. Morir. Cumplir años es el regalo de ir viviendo, y coleccionando experiencias. Y por mucho que el mercado de trabajo o determinadas tendencias posmodernas demonicen la cuestión de ir acumulando décadas, siempre he sostenido que tal posibilidad me parece maravillosa. Cumplir años es avanzar en sabiduría, a poco que uno aproveche el tiempo para tener bien abiertos todos los sentidos. Y las sociedades que escuchan a sus mayores, como un estamento más de los activos en su seno, ganan en congruencia y perspectiva. Lo contrario adocena y banaliza. La utopía de la eterna juventud no es sólo una utopía. Desde mi humilde punto de vista es, también, una verdadera estupidez.

Dicen que el tiempo pone a todo y a todos -todos y todas- en su lugar. Falta hace que sea así. Porque lo cierto es que en cada presente se cometen muchas injusticias, y son muchos los seres humanos que cargan con las consecuencias perniciosas de los actos de otras personas. De la codicia. De la indiferencia. De la falta de empatía. El tiempo quizá sea, así, un bálsamo que atenúa las consecuencias de nuestros errores. Pero el riesgo del paso del tiempo es el olvido. Y, con el olvido, se pierde el natural mecanismo para no volver por un camino que ya se haya evidenciado como equivocado. Falla entonces el aprendizaje, el principal logro del fracaso. De todos los fracasos.

Perdonen que me haya puesto, si cabe, demasiado filosófico. A mí no me lo parece, porque me gusta esta línea de pensamiento más abstracto y conceptual. Pero entiendo que pueda aburrirles o que, directamente, se hayan ido a leer a alguno de los interesantes articulistas con quien tengo la suerte de compartir página. A mí, ya ven, me aburren los chascarrillos, exabruptos y maniobras de tira y afloja, perfectamente calculadas, que se cuentan en las crónicas de la política. Las grandes puestas en escena para anunciar lo que no es más que continuidad alejada de un análisis real del presente, las descalificaciones de los unos y de los otros para caer todos, una y mil veces, en los mismos errores de aquellos a quienes critican. O la anodina y previsible marcha de todos los eslabones de la industria del poder, en la que diferentes formaciones eclosionan y llegan a su ocaso cortadas casi por un mismo patrón, independientemente de las diferencias en sus colores y en la indumentaria de sus líderes. Me aburren, me decepcionan y hasta me entristecen, sí. Es entonces cuando me refugio en el río o en la biblioteca, y pienso en el paso del tiempo. Porque o hacemos algo, muchísimo más transversal, sensato y plural que todo lo que conocemos, o el barco se nos hunde. O, al menos, su navegar seguirá renqueante y un tanto perdido...

Ya ven, a modo de coda, hemos hablado de política, casi sin quererlo, a partir de una disquisición sobre el paso del tiempo. Bueno, son los tiempos que corren... Y, por lo menos nos queda el consuelo de que, con el tiempo, veremos más consensos. Obligados, pero consensos. Esté quien esté y gobierne quien gobierne. Y, por una vez en la vida, se tratará de intentar acompasar ritmos, tiempos y convicciones, traduciéndolas a escenarios verdaderamente más confluyentes, a partir de todas las propuestas y sensibilidades... Ya es algo... El tiempo lo irá clarificando... O eso espero.