La crisis de Bolivia es la última muestra de cómo Iberoamérica necesita sincerarse consigo misma. El populismo imperante parece iniciar su declive, tras haber hecho claudicar el Derecho en su función primordial, facilitando que la voluntad de los caudillos se disfrazase de voluntad ciudadana democrática. Evo Morales, presidente boliviano, brazo de Chávez en el altiplano, pretendió, previo referéndum, modificar la Constitución para mantenerse en el poder más allá año 2020.

El populismo en la América hispana, mediante la revolución bolivariana, alimentada por la "subterránea sangre del petróleo" que dijo el poeta, se ha entrometido en la Justicia, atortoló a la sociedad mediática cuando no la extinguió y cercenó las libertades. Muerto Chávez, Correa el ecuatoriano anuncia su retirada, alejados de los Kirchner de la Casa Rosada y los Castro, en su mandinga cansados de la historia; los bolivianos le han dicho "no" a Evo Morales y a su "nacionalización inteligente", mantra importado del think thank de Caracas.

No cuela invocar la ternura de los desposeídos, ni recordar la "leyenda negra" a los españoles, ni mucho menos impulsar el carisma indígena, que todavía mantienen intactas sus ancestrales pautas culturales. Evo Morales, con su cocavi a cuestas y su catecismo progresista, ha quedado al desnudo.

Su movimiento MAS comienza a revolverse internamente y su "Estado Mayor del Pueblo" con el que, desde su liderazgo sindical, hostilizaba a los sucesivos gobiernos ha desaparecido. Su derrota, 51,3% frente a 48,7% le permite un respiro, al no contar la oposición con ningún líder visible. Bolivia, Argentina, Brasil, Uruguay, Venezuela, Ecuador, etc. no son países pobres, son países empobrecidos por la corrupción y el desmantelamiento institucional.

Son el ejemplo de cómo el populismo cercena las libertades públicas, hace desaparecer la seguridad jurídica y permite que los déspotas avasallen la propiedad. Bolivia merece despertar, no puede seguir "tristeando".

Otrosidigo

Con gran pompa se inauguró en La Habana el coliseo Alicia Alonso, que se alberga en el grandioso edificio del Centro Gallego de la capital cubana que, como se sabe, fue incautado a raíz de la revolución castrista.

Ninguno de los sucesivos gobiernos españoles ha conseguido rescatar este valioso patrimonio construido con el esfuerzo de los emigrantes gallegos.