Acordaos del mariscal Foch en el peor momento de la batalla del Marne: "¡Mi centro cede, mi derecha retrocede, situación óptima, ataco!". Pedro Sánchez bien podría haberse apropiado de la cita con la que Michel Rocard abría su invitación a los socialistas franceses en febrero de 1993, en vísperas de una derrota electoral ante el centro-derecha, a buscar una ruptura para entender mejor aquel nuevo entorno que comenzaba a generarse, anticipo de todos los cambios que han ido arrinconando a la socialdemocracia. Pero el Sánchez de 1993 era un universitario en el umbral de los 21 años, que, como ya le contó a Bertín Osborne, compaginaba afanes académicos y deportivos con urgencias por sacar partido a la guapura y al que resultarían muy ajenas las cuitas del socialismo francés.

Sin tener presente el ejemplo de Foch, Sánchez siguió su táctica desde el 20-D y así ocupaba ayer, por segundo día, una posición que no le corresponde en estricta lógica política. Desde el peor resultado del PSOE, el ahora fallido candidato se aupó hasta la condición de presidenciable contra toda previsión. Como reflejo de esos tiempos confusos, mientras los propios se empeñaban en contener a Sánchez en el redil natural de la oposición, su salida a campo abierto contó con la indispensable complicidad del adversario a batir, un Rajoy que por su inconsecuencia, al no asumir su papel cuando el Rey se lo propuso, ahora se encuentra obligado a reivindicarse a cada paso como ganador de las elecciones.

Como corresponde a quienes están unidos por los destinos cambiados, en la derrota del líder socialista se encuentra también la semilla del fin del todavía presidente. Con la diferencia de que el Sánchez vencido es también un Sánchez crecido, mientras que Rajoy entró ya en una fase irreversiblemente menguante. A medida que se difumine la turbiedad que deja la cercanía del debate y haya una visión más nítida de lo ocurrido quedará una evidencia clara del error estratégico del líder del PP que, además de permitir que se fortalezca un rival próximo al abatimiento definitivo, ha agrandado una amenaza más cercana en la medida que comparten espacio político. El encumbramiento del ciudadano Albert Rivera como la gran revelación de este estreno de legislatura quizá resulte más letal para el PP que el renacer de Sánchez. Quienes insisten en que el lunes próximo se puede volver a comenzar de cero ignoran que, pese a la apariencia aritmética de que todo sigue igual, el panorama surgido en el 20-D ha sufrido cambios notorios esta semana. El territorio mínimo que delimita el acuerdo de Rivera y Sánchez es ya una agenda política que estará sobre la mesa de cualquier intento de pacto, del que al menos uno de los dos es parte necesaria. Con esa posición de centralidad en el tablero se rentabiliza el fracaso de ayer.

Si persiste el inmovilismo parlamentario, y sin que se produzcan grandes corrimientos de voto en un electorado ya cansado, las elecciones repetidas del 26 de junio servirán como prueba para escépticos del cambio iniciado.