Es general, querida Laila, la opinión mediática de que el debate de investidura fue excesivamente duro y bronco. Se argumenta que menudearon insultos, broncas y descalificaciones intolerables. Pues bien, querida, yo no tengo esa impresión. No fue un debate de guante blanco, pero me pareció moderado, respetuoso y contenido teniendo en cuenta lo que se debatía y la que está cayendo. Si los ciudadanos, con el enfrentamiento y conflicto de intereses en que están inmersos, no pueden enfrentarse a cara de perro en su Parlamento y a través de sus representantes, ya me dirás en qué puede consistir la democracia y, sobre todo, como se supera la tentación y natural tendencia a la violencia en las situaciones límite en que vive gran parte de la ciudadanía. Lo esencial y central en un Parlamento es la reflexión, el análisis, el rigor, la argumentación y la propuesta, pero también es importante la capacidad de seducir, la brillantez o, en sentido contrario o contradictorio, la diatriba, la ironía, la contundencia, la claridad, la descalificación e incluso el insulto. Y todo ello porque unas cosas y otras, las esenciales y las importantes, forman parte del debate y de la controversia e incluso de la misión de parlamentar, que no es otra cosa que debatir sobre las diferencias para alcanzar la paz, la rendición, o el acuerdo. Puede que quede feo motejar, salvo que el mote resulte agudo, fino y divertido, pero insultar es sencillamente inevitable, porque hay insulto cuando alguien trata de ofender o se siente ofendido. Es decir, para insultar se necesita una de estas dos cosas: intención del ofensor o sentimiento herido del ofendido. Rajoy, por ejemplo, se dirigió a la bancada socialista diciéndoles algo así: "Voy a explicárselo con tanta claridad que hasta ustedes lo van a entender" y los socialistas enseguida captaron la ironía y la aguda forma que tuvo el presidente en funciones para llamarles cortitos o tontos. Se trata, como ves, de una forma tan aguda como inteligente de insultar sin motejar. ¿Alguien puede recriminar este insulto? Creo que todo lo contrario y hay que decir que esta vis irónica, habitual en Rajoy, es de agradecer. En este caso Don Mariano insultó, yo creo que legítimamente, porque trató de ofender al adversario, pero éste se sintió quizá mas divertido que ofendido, seguramente por la finura de la fórmula empleada. No se trata, por tanto, de evitar el insulto, lo que hay que evitar es el simple agravio soez, grosero o vil. Pero esto, afortunadamente en el Parlamento es muy excepcional porque, si en algo se pasan sus señorías, es en mesuras y cortesías, que tantas veces sirven para escurrir el bulto o para tirarse a la piscina como Neymar. El otro ejemplo en este debate lo protagonizó Pablo Iglesias cuando aconsejó al candidato que no se fiara de los consejos de los prebostes de su partido "manchados de cal viva", en alusión a Felipe González y a su presumible responsabilidad política en la guerra sucia o terrorismo de Estado contra ETA. Es muy posible que en la intención del líder de Podemos no estuviese insultar, sino ajustar cuentas políticas con el expresidente socialista, que no pierde ocasión de descalificar a Iglesias en cuanto puede. Aún así, hubo insulto. En este caso porque la bancada socialista sí se sintió gravemente ofendida. Pero, ¿alguien puede recriminar a un político que ajuste cuentas y exija con claridad y contundencia responsabilidades políticas al adversario? Creo que no, porque sería tanto como recriminar que se le recuerde a Rajoy aquel "sé fuerte" de marras por el que debió dimitir.

En definitiva, querida, bueno es que se guarden las formas elementales, pero no se trata de cogérsela con papel de fumar.

Un beso.

Andrés