El coruñés siempre ha vivido en una ciudad de película, un plató natural en el que Ursula Andress hubiera podido agitar las aguas del Orzán para encontrarse con James Bond. El coruñés puede tomarse un cóctel americano tras el ventanal del 57 o el Playa Club como si fuera Marcello Mastroianni, o reproducir sobre la arena el beso adúltero entre Burt Lancaster y Deborah Kerr en De aquí a la eternidad.

Ignoro si la ensenada de Riazor puede permitirse un desembarco de Normandía al estilo de Salvar al soldado Ryan, la última película que tuve la oportunidad de presenciar en el antiguo cine Avenida mientras la sala se desconchaba con la metralla. Tenemos un mar cinematográfico que seduce a cualquiera en cualquiera de sus estados ánimo, ya sea bajo el cielo cambiante del día o a la luz de las luciérnagas que circundan el Paseo.

Hubo un tiempo en que los distritos coruñeses se clasificaban por sus equipos modestos y cines, cuando el cine proyectaba los sueños de los espectadores y los besos furtivos de los amantes. El mapa de los barrios estaba aderezado de sales y salas con nombres como Coruña, Hércules, Ciudad, Riazor, París, Colón, España, Monelos, Avenida, Savoy, Doré, Kiosko Alfonso, Alfonso Molina, Rosalía, Goya, Rex, Finisterre, Chaplin, Tom y Jerry, Ideal Cinema o Valle Inclán. Y, por supuesto, el Equitativa de Chousa, un acomodador de cine que forma parte del anecdotario de una generación.

La semilla estaba ahí hasta que la productora coruñesa Vaca Films, de Emma Lustres, lograba convertirse en un referente del audiovisual gallego, español y europeo con títulos como Celda 211, Invasor, El Niño o El Desconocido. El pasado viernes asistimos al estreno de su nueva película, Cien años de perdón, el atraco a una de tantas entidades financiadoras de la corrupción política que sacude a nuestros gobernantes y nutre la prensa de cada día. "¿Quién roba a quién?", es la pregunta que subyace en cada secuencia. No se pierdan este trepidante retrato de la España de hoy en tiempo real.