Circunstancias del calendario, este año nos vemos en el día inmediatamente posterior al de la celebración del Día de la Mujer, 8 de marzo. No podía ser de otra manera que, entonces, dedique esta ventanita a hacer dos cosas. Por una parte, a felicitar a todas las mujeres por su día, con el convencimiento de que la justa causa de la equidad incumbe, también, a los hombres. Mejor dicho, a todas las personas que, independientemente de su sexo, crean en la igualdad de oportunidades y en una sociedad mucho más inclusiva y orientada a la justicia social. En segundo lugar, me permitiré reflexionar brevemente sobre algunas de las circunstancias personales, sociales y económicas de las mujeres como colectivo, ya en la segunda década del siglo XXI.

Es bien cierto que la transición a un nuevo rol de las mujeres en la sociedad ha visto sus mayores cotas de progresión en estas últimas décadas. Y eso en temas como su paulatina incorporación al trabajo o por el cuestionamiento generalizado de unos muy marcados comportamientos sociales, antes férreamente vigentes para las mujeres. Y es que, no se engañen, hace sólo cuarenta años una mujer soltera no podía abrir ella sola una cuenta en el banco, por ejemplo. O era tutelada en esta tarea por su padre o, si se casaba, por su marido. Pero parecía que la mujer, por sí, no podía tener un camino propio. Asimismo, muchos de los usos sociales, empezando por los propios de la órbita laboral, relegaban a las mujeres a un papel de segundonas, muy bien hilvanado en una sociedad profundamente machista, de cuyos mimbres quedan todavía muchos restos hoy. La mujer, se dijese de una forma explícita o no, era considerada menos que el hombre. Era imprescindible, claro está. Pero con menos derechos, menor consideración social y, a todas luces, menos oportunidades.

Esta situación es hoy mucho mejor en nuestro ámbito relacional habitual. Nadie en su sano juicio expresa públicamente ya, sin que su comentario sea rechazado por la sociedad en su conjunto, ideas que releguen a la mujer a un papel de segunda. Sin embargo, son muchos aún los sectores profesionales donde la mujer sigue sin tener una presencia similar a la del hombre. Y en muchas de esas realidades subyace, todavía, una clara falta de oportunidad para ellas. O, lo que es lo mismo, una discriminación en función del género. Se podrá revestir de lo que se quiera, pero es así. Es por eso que, aún en nuestros días, queda mucho terreno todavía para trabajar en materia de igualdad.

Si nos salimos de nuestros parámetros de referencia más próximos, la situación se complica. Y al hablar de cambio de tales parámetros, no piensen que sólo estoy hablando en clave geográfica, en el sentido de salir de España o de Europa. Hablo también, por ejemplo, de salir del entorno cultural predominante aquí. Porque, en nuestro mismo país, coexisten realidades mucho más peliagudas para la mujer que aquellas a las que estamos más acostumbrados. Muchas de las culturas que hoy conviven con nosotros de manera habitual, y que sin duda nos han regalado y mejorado con su presencia aquí, plantean todavía fórmulas verdaderamente desequilibradas en la convivencia entre hombres y mujeres. Se trata, por ejemplo, de personas que han venido de otras realidades, donde persiste hoy más la diferencia, a veces hasta niveles verdaderamente dramáticos, en la consideración entre el hombre y la mujer. O de mujeres pertenecientes a minorías como la gitana, por poner otro caso, donde los índices de escolarización en secundaria son muy diferentes para ellas que para ellos, muchas veces porque las chicas han de afrontar un matrimonio a edades verdaderamente tempranas. Son terrenos claros donde es preciso seguir trabajando, y no cejando de ninguna manera en el empeño de la igualdad.

La mujer, además, se enfrenta a una violencia específica, la de género, especialmente cruel y lacerante. Una lacra cuya erradicación ha de ser prioritaria para la sociedad, porque hunde sus raíces en la inequidad, el machismo y la dominación. Por la violencia de género cada día se destruyen muchas vidas en España. Démonos cuenta que los espeluznantes casos que afloran en grandes titulares son sólo la punta de un iceberg. Hay muchas mujeres que hoy, a menudo con sus hijos, sufren cada día por esta realidad.

La pobreza es femenina. Si eres mujer, tienes más posibilidades de no obtener recursos suficientes para tu supervivencia. Hoy dos de cada tres personas en situación crítica, por debajo del umbral de la pobreza extrema, son mujeres. Y hay más violencias específicas, fruto de la ignorancia y del desprecio a la vida de las personas y, en particular, de las mujeres, que siembran la destrucción y afectan especialmente al colectivo femenino. ¿Sabían que, en determinadas realidades, se ha generalizado la práctica de tener relaciones sexuales con una mujer virgen con el estrambótico y a todas luces erróneo propósito de curar el SIDA? ¿O se imaginan lo difícil que es ir a lavarse o a por agua, o buscar un lugar apartado para orinar, siendo mujer, en determinadas realidades límite, en campos de refugiados? ¿O que me dicen de los ataques sexuales continuados a mujeres como arma de guerra por parte de tropas militares y paramilitares en conflictos enquistados? Mujeres que, por cierto, son luego repudiadas por las comunidades y condenadas a mucho mayor sufrimiento y, muchas veces, a una muerte segura.

Bueno, ya lo ven. He puesto algunos ejemplos, pero hay muchos más. Se puede decir que, en nuestro entorno, hemos mejorado mucho en la percepción de la mujer como parte de la sociedad, y avanzado en un enfoque de derechos que ha de ser cada vez más aceptado y transmitido a las generaciones futuras. Pero queda muchísimo trabajo por hacer. La mujer del siglo XXI sigue estando, en general, vilipendiada por su condición íntima de ser mujer. Y eso es algo que, por muchas razones, hay que revertir. Y, la primera, por pura y sencilla justicia. La mujer no es más que el hombre, ni menos tampoco. Ser mujer es un aspecto personal, igual que ser hombre, que no tiene nada que ver con capacidades, derechos, roles sociales o designios divinos... ¿Lo entenderemos, todos y todas, alguna vez?

¡Feliz día de la mujer, ayer, hoy y siempre!