Hay que remontarse a principios del pasado siglo, cuando en Europa, movimientos y mesías políticos de la época reforzaron la idea de la lucha de clases. Un proletariado oprimido se hacía fuerte frente al capitalismo para reclamar mejoras laborales que, en algunos casos, se tradujeron en beneficios sociales de alguno de los cuales aún hoy disfruta la clase trabajadora. En el devenir de los tiempos la ebullición de la confrontación entre ambos extractos sociales fue perdiendo virulencia por la aparición emergente de una nueva clase social que se denominó "clase media". Poco a poco los avances de esta nueva clase consolidaron su propia naturaleza. La sociedad había encontrado un equilibrio de amplia base social que dejaba los extremos como marginales y defendía el progreso de esta nueva clase emergente como síntoma de progreso, estabilidad y paz social. El crecimiento de la clase media era garantía de desarrollo en aquellos tiempos de gran convulsión política. En nuestros tiempos la clase media y su bienestar es el pilar de nuestra sociedad democrática que aspira a vivir en paz. A grandes rasgos podríamos decir que cualquier gobernante o aspirante a gobernar en su sano juicio debía de tener como prioridad el cuidado y la atención adecuados a esta clase media por ser, precisamente, la que asegura la estabilidad y rechaza las incertidumbres que dan fragilidad a cualquier acción de gobierno. Pues va a ser que no. Las distintas crisis que vive Europa y en particular España, la económica, la política, la institucional y la ética, castigan sin dolor a esta clase social. Hoy desde mi punto de vista la clase media se extingue y se incorpora a la base de la pirámide social envuelta en dolor, sufrimiento y pobreza, aquella familia con dos hijos en la que madre y padre aportaban un salario que les permitía sacar a la familia adelante está desapareciendo. El paro afecta a uno o en el peor de los casos a los dos cónyuges y les hace imposible sostener la educación y el mantenimiento de sus hijos. Aquella semana de vacaciones que prácticamente la mayoría de las familias se podía permitir con su esfuerzo ha desaparecido. Los abuelos viven atemorizados por sus pensiones a las que un día sí y otro también alguna soflama política amenaza sin pudor, y que hoy son el sustento de hijos y nietos a los que se ven obligados a ayudar. En estos tiempos, una familia que paga su hipoteca, los gastos de la casa, la educación de los niños y puede pasar una semana de vacaciones no es clase media. Sin saberlo su estatus social ha mejorado y ahora son ricos o eso creen porque la carga fiscal en este país en el que el Estado cobra por todo y mucho, no deja lugar a ningún tipo de ahorro familiar. Es así, pero son los menos porque, como ya dije, la mayor parte de la clase media se ha deslizado a la base y muy pocos y solo por mantener lo que tenían se encuentran en la zona alta del bienestar social. Me cuesta trabajo creer que la clase política asista simplemente como observadora a este fenómeno, es más, me parece increíble e inaceptable que contribuyan con su indolencia a la destrucción de la clase media sin la cual no se puede imaginar un futuro en paz y convivencia razonable. Muchos de los que nos reconocemos como clase media no salimos de nuestra perplejidad. En qué y en quien piensan nuestros políticos yo no lo sé, pero sirvan estas letras como réquiem, como oración en homenaje y recuerdo a nuestros antepasados padres y abuelos que supieron construir lo que hoy con enorme frivolidad destruimos. Sin clase media no hay presente ni mucho menos futuro, ni bienestar y si me apuran ni democracia. Ellos sabrán, pero como Churchill dejó escrito: "Tengamos cuidado cuando los políticos renuncien a ser útiles para ser solo importantes".