La reciente sesión parlamentaria en la que Pedro Sánchez solicitó su investidura al congreso, más allá de duelos retóricos o de hallazgos didácticos, ofreció un ejemplo de teatro total, sazonado con los rasgos principales de las más variadas tipologías dramáticas.

Así, bajo un cielo de números contrarios, en los firmantes del Pacto de Gobierno que se presentaba, pudimos apreciar algo de la trágica grandeza que reside en la lucha, desesperada y estéril, contra el destino.

Y todo ello a pesar de que Mariano Rajoy, que los replicaba, careciese de alguna dimensión sofóclea y apareciese, disonando en ambos casos, más como personaje recién salido de una comedia moratiniana, cuando no se le asociara a algún pasaje de zarzuela. Algo así como un don Hermógenes sibilante y rechupa o, entre Sánchez y Rivera, un don Hilarión de decir "zarabeto", que lo descargaba de severidad.

Mas, como la representación es texto y espectáculo y combina por eso mensajes verbales y no verbales, acaso fueron los portavoces de Podemos y de sus "confluencias" quienes hasta la extenuación se aplicaron en el intento de exprimir cuantos recursos escénicos la pieza ponía a su alcance.

Enorme en su talla de hombre verdadero, sin zozobrar nunca en la incertidumbre que a Segismundo consume, se mostró Pablo Iglesias en algún soliloquio de corte calderoniano. Especialmente, al recordar el agarrotamiento, cruel sobre estúpido, de Salvador Puig Antich acaecido tristemente el 2 de marzo de 1974. O a los acribillados en Vitoria el 3 de marzo de 1975. Infaustos y viles episodios de la España preconstitucional.

Crecía él en su propia mística y basculaban su gesto y su voz hacia la solemnidad del Auto sacramental, que Calderón definió como "Sermones puestos en verso representable". Por entonces, Iglesias hablaba hacia fuera; "para la gente", según dijo, y por un momento pareció que allí dentro, entre los congresistas, estuvieran agazapados los verdugos de aquellos crímenes horribles.

Mudó luego el registro y, achulado y bravucón tal que un donjuán de cartón piedra, por zaherir a Sánchez y prevenirlo del peligro que encierra el beso de las cobras, arremetió -¿Venezuela por medio?- contra Felipe González, recordando alguno de los hechos más lamentables de la lucha contra ETA, que, injustificables siempre, nunca se entenderían completamente sin embargo al margen de aquellos "años de plomo" en los que Otegi y sus conmilitones decidieron aquel trágico amedrentamiento general y repartieron sufrimiento y dolor a manos llenas.

Tras el estilo ajuglarado propio de quien sin contraste de voces antiguamente narraba a los suyos, entregados de antemano, un relato único y suficiente de gestas propias y villanías ajenas, el cristo arremangado ensayó recursos de la Commedia dell´Arte y, tan pícaro y festivo como Arlecchino, besó a Doménech.

El gesto, como la teta de Bescansa, se dirigía sin duda "a la gente" que chupa de las redes sociales y se sitúa más allá del espacio escénico en que se desarrollaba la representación. Pero aun así, estremece imaginar, hasta dónde será capaz de llegar Iglesias cuando se agoten los recursos de Melpómene y Talía. Un día habrá de hacer el pino en el escaño. Y después qué? ¿Se cortará la coleta? ¿Se sacará la colita?

Al ritmo que se devanaba la función, cabía esperar todavía alguna forma más audaz de teatro contemporáneo. En la línea de Beckett o Ionesco, esperábamos en vano a Godot o a "la cantante calva", dispuestos a triturar el "universo cartesiano" por la vía del absurdo existencial, cuando compareció el noi Tardá, evidentemente más dotado para intentar un juego de prestidigitación que para hacer avanzar la Historia, aunque sólo fuera la Historia de la Literatura.

Ataviado como un camicia nera o como un escamot, al cabo la diferencia es sutilísima, y rehén de las ficciones que ha decidido dar por verdad revelada, con la pasmosa seguridad de quien cree antes en la fe que profesa que en la inteligencia, nos habló de un pavero "genocidio lingüiístico", confundiendo interesadamente lenguas y hablantes, así como derechos de las lenguas (¿?) y derechos de las personas allí donde a éstas se reconoce la condición ciudadana.

Educado y gracioso como de costumbre, el noi nos desveló asimismo que la República Catalana se había inmolado en favor de la República Española, como si lo cierto no fuese que, aprovechando deslealmente el momento crítico de la Revolución de Asturias del año 34 y movilizando al somatén, Companys proclamó el Estado Catalán el 6 de octubre.

El general Batet acabó en unas horas con aquella descabellada aventura y es lo cierto también, que si Franco no estaba legitimado en modo alguno para fusilarlo, la República hubiera tenido que condenar a Companys por el delito de rebelión militar. Pero la Historia tendría que haber sido la que no fue.

No podrá revertirla el noi Tardá. Y, aunque tuviera la Logse a su favor, debiera ensayar más para que no pudiéramos pensar de él lo que tal vez no sea.

Finalmente, con "estudios de ingeniería", ajeno así del todo a la literatura, el "esperpento", que no es género menor, corrió esta vez por cuenta de don Patxi.