Casi veinte días ya desde la primera votación de investidura de Sánchez y nada indica que vayan a evitarse nuevas elecciones porque, pudiendo hacerlo, insiste en conseguir lo imposible al precio, incluso, de empeorar sus posibilidades de cara al 26 de junio. Dos meses de exposición pública buscando la cuadratura del círculo pueden salirle caros a Sánchez porque la geometría no sabe de conveniencias y Pablo Iglesias mantiene lo dicho el primer día, consecuente con sus resultados y sus escaños, pese a los duros ataques que soporta desde las terminales mediáticas del PSOE. Criticarle ahora por sus modos autoritarios y aproximarle a Stalin y sus purgas o al Lenin del renegado Kaustky es, simplemente, ridículo y a lo que se ve, estéril. Si en todos los partidos se practica el dedazo para elaborar las candidaturas electorales, la decisión más trascendente de todas que Sánchez prodigó en las últimas elecciones, ¿qué tiene de particular que Iglesias quite de en medio a un cargo orgánico que se aparta del camino fijado por el secretario general? Además, si Podemos ha tenido desde su nacimiento un problema serio ese no han sido ni los votos, ni la financiación, ni la ideología, ni el liderazgo, ni el apoyo televisivo, sino la falta de una organización sólida y profesional, indispensable para que un partido lo sea de verdad, que se construye con autoridad y disciplina. La que acaba de imponer Iglesias porque sabe que hay que hacerse casta para alcanzar el poder y eso no se consigue sólo con besos y gracietas, sino haciendo llorar a los amigos de antiguo. Sánchez cree que los cien años del PSOE deben por derecho natural imponerse a un recién llegado y aún no sabe que lo que manda son los votos, casi los mismos, y los imprescindibles 69 diputados de Podemos y asociados. Ese error es el que ha llevado a Sánchez a pedir apoyo a Tsipras que, lógicamente, le ha respondido que eso es un asunto interno y que se las apañe él solo. Puede dar igual lo que haya pensado Tsipras, pero Moscovici, presente en la conversación, es un peso pesado en la UE, nada menos que el actual comisario económico. Y no digo ya lo que la escena habrá sugerido a Felipe González o al experimentado comisario Almunia.

Y si Sánchez no acaba de dar con la tecla para convencer a Iglesias, Rivera no da con la que le garantice que Sánchez no lo dejará en la cuneta. Ya escribí que Rivera por jugar a mediador puede perder lo que ahora tiene si la mediación no resulta y aparece como un partido escasamente útil a los antiguos votantes del PP y del PSOE que le apoyaron el 20-D. Rivera se pierde porque los medios multiplican su tamaño y ha acabado creyéndoselo. Comenzó de mediador pero va de socio y único apoyo de Sánchez, cayendo en el error de exigir la cabeza de Rajoy, dándolo por finiquitado, no contento con pedir el apoyo del PP a su pretencioso y originalísimo documento.

Rajoy en funciones pero gobernando. Presidiendo un gobierno que tranquiliza a los mercados, a las empresas, a las instituciones y a una mayoría de ciudadanos, votantes suyos o no, que quieren un gobierno previsible y sin extravagancias. Un gobierno dedicado a los asuntos serios, ayer las exigencias económicas de Junqueras, anteayer lanzando una oferta pública de 15.000 empleos, el día anterior en Bruselas decidiendo sobre los refugiados, al otro emitiendo bonos a intereses cada vez más bajos que el mercado adquiere sin dudar de nuestra solvencia y siempre manteniendo la vigilancia contra el terror yihadista. Gobernando mientras otros se entretienen.