Q ueridos todas y todos, nueva entrega primaveral de esta relación epistolar que nos une hace bastante más de una década. Y hoy, desde la estupefacción más sincera. ¿Por qué? Porque leo en varios de los mentideros de las tendencias actuales algo sobre una nueva moda que, literalmente, arrasa en las redes sociales. Y de la que, cuanto más conozco, más me sorprendo. Luego les digo mi opinión, si les parece, pero antes la describo sin más, y así no les contamino en uno u otro sentido. Pasen, por favor, y vean. Y luego ya me dirán.

La cuestión versa sobre tener cintura. Pero no en el sentido figurado, en la línea de tener mano izquierda, flexibilidad y capacidad de encaje de algo para poder influir en otra cosa o gobernar mejor una determinada situación. No. Esto es mucho más literal, y en este caso la virtud no es tener mucha cintura, sino escasa. No más de veintiún centímetros, la medida del A4. Porque se trata, exactamente, de ver quién tiene la cintura más estrecha. Y, para eso, la propuesta que está haciendo furor en determinados países, y que también ha llegado a España, plantea como logro el poder esconder la misma detrás de una hoja de ese tamaño normalizado, cercano al de un folio. Las personas que entran al trapo a semejante cuestión tratan de demostrar la supuesta perfección de sus formas, y en particular de su cintura, con una fotografía en la que esta queda tapada por una hoja de papel. Pues ya ven...

No es la primera vez que uno asiste a semejantes tonterías, y aquí les he dado una primera pista -bastante definitiva- de qué pienso yo sobre el particular. Lo digo con respeto, por supuesto, pero también con contundencia y no sin una cierta dosis de preocupación y tristeza. Porque, entrando ya en el tema directamente, les diré además que creo que tales cuestiones son producto de un cierto adocenamiento, de la evidente falta de interés de esta sociedad por el pensamiento abstracto y, sobre todo, por la falta de necesidades mucho más perentorias y reales. En efecto, cuando las personas se aburren y no tienen mayores problemas que ver cómo se divierten, surge esto. La necesidad crea el hábito, y la falta de necesidad crea las miserias en las que tantas veces estamos cayendo como sociedad...

Alguno de ustedes pensará que, quizá, me estoy pasando con mi análisis. Yo creo que no, y les voy a explicar el motivo. Esto no es una gracia más, como aquella del legado del Tibu o todas las que ustedes quieran, fruto del chascarrillo o del aburrimiento. Esto implica posibles graves consecuencias para la salud y, sobre todo, para la falta de ella. Este desaguisado tiene que ver con el posible fomento de enfermedades muy serias, que pueden llegar a comprometer el desarrollo y la salud física y psíquica de personas quizá vulnerables por razón de su edad u otras circunstancias. Y eso no es ninguna broma. Ser más bello o menos no es cuestión de unos centímetros de más y, en todo caso, tampoco es algo tan importante ni definitivo. Lo importante, para empezar, es gustarse a uno mismo.

Todos somos estructuralmente diferentes. Unos cabrán detrás de un folio, y esto les ocasionará satisfacción. Y otros, como algún amigo que yo tuve, sufrirán porque adelgazan un poco cada día a pesar de comer todo lo indecible y mucho más. Unos tenderán a acumular grasa en zonas críticas, y no por eso serán menos ni peores. Y otros, por su estructura músculo esquelética, jamás podrán abandonar ciertas formas y, mucho menos, caber detrás de un simple folio en blanco.

¿Y? Lo importante es, cada uno dentro de sus posibilidades, vivir de forma equilibrada, hacer ejercicio y abandonar el peligrosísimo sedentarismo, comer de todo pero con tino y respetando determinadas proporciones entre las diferentes familias de alimentos y, sobre todo, llevar una vida saludable. Y si uno cabe detrás de un folio o de dos es absolutamente indiferente, si se cuida y hace lo necesario para estar físicamente lo mejor posible de forma compatible con sus propias características antropométricas. Lo demás, mero envoltorio y toneladas de aburrimiento, y signos de decadencia de una sociedad posmoderna que ya no se sorprende con casi nada.

Miren, he conocido realidades donde si uno va con el cuento del folio este se le ríen directamente en la cara. Sociedades, eso sí, donde los problemas reales están presentes, a veces de forma muy dramática, y donde a veces uno no sabe si va a comer al día siguiente. Pero grupos humanos, también, donde están bastante bien definidas las prioridades. Sociedades que no son ni mejores ni peores que la nuestra, pero donde determinadas cuestiones, por irracionales, no son seguidas por manadas u hordas de seres humanos sin un mínimo análisis crítico de la realidad. Aquí sí.

Por favor, utilicen los folios para escribir poesía o prosa, para dibujar lo que les venga en gana y así expresar sus sentimientos, para escribir una canción del estilo que ustedes quieran, o para fabricar aviones de papel con los que mandarnos, unos a los otros, textos bonitos y reparadores, en tiempos en que es necesario cauterizar y regenerar tanto y tanto. No para tapar o comparar las cinturas, y menos para esclavizar tras los opresores cánones de una belleza cambiante, subjetiva y, siempre, absurda...