Después de los atentados terroristas de Bruselas, un medio, pensamos que belga, publicó un dibujo que representaba a Tin Tin llorando. Naturalmente su llanto era por las víctimas del fanatismo islámico, pero pensamos que también sería de vergüenza por la lamentable actuación de las fuerzas de seguridad de la nación de la que, al alimón con el Maneken Pis, es la más popular representación, algo así como aquí el toro de Osborne, guste o no a los antitaurinos.

El Reino de Bélgica no es mucho mayor que Galicia, exactamente 954 kilómetros cuadrados más, si bien su población es unas cuatro veces mayor. Con tan escaso territorio tienen seis servicios, seis de lo que en otras partes llaman de inteligencia; no llega a lo de Estados Unidos cuyas agencias de la citada materia es poco menos que imposible contar, claro que en USA hay más de trescientos millones de habitantes. En lo que coinciden los servicios belgas y americanos es en llevarse mal, más o menos como en casi todas partes.

La Gendarmería belga, supuestamente hecha a imagen de los prestigiosos cuerpos de la Gendarmería francesa, los Carabinieri, la Guardia Republicana portuguesa y la Benemérita, fue disuelta en 2002 por incompetencia en numerosas funciones de seguridad, entre ellas las labores antiterroristas. En su lugar se crearon la policía federal y la local que, demostrado está, no brillan precisamente por su efectividad. Por supuesto ambos cuerpos se llevan fatal, y cada cual tira para un lado. Para colmo de ineficacia, cada comisaría es como un pequeño reino de taifa, independiente de las demás y descoordinada. Dicen las malas lenguas que cuando un inspector quiere contactar con el de otra estación policial no tiene más remedio que acudir a la guía telefónica.

Ante esta situación a nadie pueden extrañar los continuos y encadenados desaciertos de la inteligencia belga. Si Hércules Poirot fuera un personaje real, se afeitaría el engominado bigote y, vestido de lagarterana, se dedicaría a vender bordados. Georges Simenon, que era belga, debía estar bien enterado de cómo funcionaba la policía en su patria chica, quizás por ello su personaje principal era el comisario Maigret de la Policía Judicial francesa; por supuesto no se llevaba demasiado bien con la Suretè y regularcito con la Gendarmería, claro que era un héroe de novela...

Para paliar en la medida de lo posible algunas de sus numerosas meteduras de pata, el Legislativo belga ha derogado la norma que prohibía registros domiciliarios desde las 21 horas hasta las 5 de la madrugada. Extraña norma, acaso fuera para que los ciudadanos tuvieran la certeza de que si en ese período de tiempo alguien llamaba a la puerta no podría ser más que el lechero; este dicho se atribuye a Churchill cuando hablaba de la democracia, pero en el Reino Unido, antes y ahora, tanto los de Scotland Yard como los colegas de Bond, James Bond, llaman a la puerta cuando les parece oportuno. Bélgica intenta marchar por el camino de la eficacia policial, pues que tengan suerte que falta les hace.