En este tiempo sin tiempo, donde la urgencia marca cada instante, todavía llueve pacientemente sin remedio. Un empresario amigo, enamorado de esta urbe con artículo de mujer, sostiene que el cielo de A Coruña no es gris, sino plata. Azul y plata son los colores de esta ciudad en su mirada.

Bajo la bóveda plateada de estos días, la arquitectura adquiere un fulgor distinto. Cualquiera puede comprobarlo con levantar la vista más allá de la pantalla del móvil y la sombra del paraguas. Esos edificios que nos sorprenden por su belleza cotidiana son, en realidad, cuadros callejeros de pintores excepcionales. Entonces el paseo por A Coruña se convierte en una galería de arte al descubierto donde exponen Antonio Tenreiro, González Villar, Julio Galán o López Hernández, entre otros arquitectos.

Pero son muchos más los inmuebles que reclaman nuestra atención ciudadana, como si quisieran descubrirnos su decadencia. La prueba es que, según el Instituto Galego de Estatística, A Coruña alberga casi un millar de casas con más de cien años, de las cuales 425 se hallan en estado deficiente, 178 sufren daños severos y 34 están en la ruina.

El reportaje publicado el domingo por este diario constituía un paisaje de los bienes urbanos abandonados, desde edificios con valor como la Casa Rosalía o la vieja prisión a otro tipo de construcciones sociales y también mercantiles en desuso, caso del Centro Dolce Vita, víctima de una descabellada proliferación de centros comerciales.

Un distrito de carácter histórico como la Ciudad Vieja y Pescadería cuenta, según el Concello, con 2.931 viviendas vacías, las cuales representan un 39% de las 7.544 existentes en la zona. Como afirma el arquitecto Ignacio Ferreiro, la pérdida de población que suponen las viviendas vacías en ese ámbito puede estimarse en 7.500 personas, más que la residente en Carral, con efectos no solo en la conservación, sino también en los servicios y el comercio.

Resulta inevitable comparar nuestro patrimonio urbano con la atención dedicada a nuestros mayores, que constituyen nuestro patrimonio emocional y genético. ¿De verdad que no tenemos tiempo ni medios para cuidar lo que más queremos?