Seguramente el título de este artículo, sin el paréntesis, les recordará a la película de John Sturges, con reconocidos actores como Steve McQueen, James Garner, James Coburn, Charles Bronson o Richard Attenborough, entre muchos otros. Todo un clásico. Pero lamento defraudarles porque, en vez de ello, les hablaré de otro tipo de evasión, que nada tiene que ver con la huida de aquel grupo de prisioneros aliados de un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Se trata de la evasión y la elusión fiscal, que tanta pobreza producen, y que están muy en el candelero en estos días después del destape de los ya bautizados como papeles de Panamá. Una revelación, en la que ha sido muy activo un grupo de periodistas internacionales, a partir de la cual habrá que investigar para saber con exactitud su alcance, como paso previo a la comprobación de la posible comisión de faltas administrativas o delitos tipificados en nuestro Código Penal por alguna de las personas titulares de tal patrimonio. Pero en la que se puede decir ya, por lo subyacente en el caso, y por la lógica y la praxis habitual en la creación y operación de las compañías offshore, presentes aquí, que la cuestión dará que hablar...

Pero bueno, es pronto para conocer, moralidades y contradicciones aparte, los entresijos de la cuestión de Panamá. Ya habrá tiempo, con las cosas más claras, sin precipitarnos. Pero lo que es un hecho claro, diáfano y hasta insultantemente meridiano, es el relativo a la enorme pérdida de valor que sufren hoy muchos países, incluido el nuestro, debido a tales prácticas de evasión y elusión fiscal. Lo hemos hablado en diferentes ocasiones aquí, es una de esas cuestiones donde se actúa poco. Es cierto que no se trata de un terreno fácil pero, sin duda, en el mismo se podría hacer mucho más. Y si no que se lo pregunten a organizaciones como Oxfam Internacional o Transparencia Internacional, que abogan desde hace años por mejorar los flujos de información en este ámbito como forma de mejorar las condiciones de vida de muchas personas en el mundo. Y es que tal medida permitiría reducir el impacto de las operaciones opacas en los muchos paraísos fiscales que hoy trufan la geografía planetaria, donde los que más tienen dejan de pagar a las sociedades donde realmente se generan tales ingresos cantidades verdaderamente millonarias.

Ya saben ustedes que la evasión fiscal es un acto ilícito que implica la ocultación de bienes al fisco, con el evidente ánimo de evitar su acción impositiva. La elusión, el acto de eludir tal pago buscando los resquicios legales de cada ordenamiento jurídico, no es en sí ilegal. Pero la vía administrativa puede tumbar la lógica de tal elusión, materializada muchas veces en una determinada forma de entender la llevanza de los libros contables o la utilización de determinados instrumentos -a veces internacionales- de presunto ahorro. La cuestión, como ahora se dirimirá a partir de los papeles de Panamá, es compleja. Este es un terreno abonado para el fraude y, sobre todo, para que miles de millones de euros queden fuera del control de lo público. Y hay países que viven de ello. Una mejor regulación en este ámbito, a los que los mismos se resisten, sería mucho más potente que otros muchos instrumentos de cooperación o de financiación de políticas sociales.

Así las cosas, las organizaciones multilaterales se han pronunciado ya largamente durante décadas sobre la lista de paraísos fiscales y su impacto en la economía, y la OCDE glosa el conjunto de tales paraísos, en el que por cierto España no considera hoy a Panamá desde la firma del convenio bilateral de doble imposición en el año 2011. Pero la hipocresía vigente hace que el ruido acalle los actos. Si no se ha hecho nada antes, es por falta de voluntad política en el contexto internacional, como dice Oxfam Intermón, que precisamente en estos años está trabajando cuestiones relativas a la fiscalidad y a su transparencia. En efecto, falta de voluntad pura y dura, le guste a quien le guste y le pese a quien le pese. Y todo ello ante una problemática que tiene, sin embargo, suficiente potencia y recorrido como para que merezca nuestra atención. Tomen nota: estamos hablando, nada más y nada menos, del hecho de que alrededor de un tercio del PIB mundial se esconde en tales paraísos... Algo que, por supuesto, nos incumbe en clave nacional: todas las firmas del Ibex-35 español, salvo Indra, tenían filiales en paraísos fiscales en el año 2013.

La economía mundial, a día de hoy, está fuertemente orientada en su diseño y en su operativa a servir al uno por ciento que más tiene. El reto es un cierto cambio de paradigma, de manera que este conjunto de dinámicas económicas vele más por los intereses comunes, y no tanto por el mantenimiento de los privilegios de quien utiliza la ingeniería fiscal para salirse con la suya... Ese es el diagnóstico, y constituye una tarea no exenta de dificultades, por sus dimensiones globales. A partir de aquí, habrá que empezar a trabajar en serio, con voluntad, firmeza y capacidad de producir una definitiva acción internacional. Es posible, pero primero hay que creer en ello y poner instrumentos al servicio de tal fin. Soslayando, claro está, los envites de quienes perderán con tal regulación, empezando por los destinos internacionales que hacen de esta su forma de vida