Los papeles de Panamá, querida Laila, son noticia en sí mismos. Quiero decir que la noticia no está en descubrir que hay muchos ricos que realizan evasión o elusión de impuestos. Esto no es novedoso, ya lo sabíamos todos. No teníamos pruebas tan contundentes, pero teníamos la certeza de lo que se hacía; moral e indiciaria si se quiere, pero certeza y convicción. La noticia está, pues, en el descubrimiento de los papeles que demuestran la evasión o elusión y con muchos nombres y apellidos. La noticia está en mostrar las pruebas de lo que todo dios conocía. Además, esta muy meritoria investigación periodística nos indica que lo descubierto es una pequeña parte de lo que está sucediendo y de lo que aún no se han conseguido pruebas. Pero ahora y a estas alturas dan igual las pruebas, porque lo que pasa, pasa y lo sabes. Digamos que lo descubierto es, sobre todo, una valiosa muestra.

Con este muestreo podemos asegurar que la inmensa mayor parte de las personas con más posibles defraudan a Hacienda, es decir, al resto de los ciudadanos que pagan impuestos y tienen el derecho a servirse colectiva o individualmente de ellos, que para eso están. Evaden o eluden los impuestos pero, en cualquier caso, defraudan porque no pagan lo que debieran pagar dado que, entre otras cosas, también se benefician de esos impuestos utilizando los medios y servicios que con ellos se cubren o financian. Ya sé, querida, que no es lo mismo evadir que eludir impuestos. En el primer caso se va contra la ley y se comete un delito, de tal forma que, si te cazan, lo pagas. Con más o menos rigor y contundencia, pero lo pagas. Aún así sucede muchas veces que a los evasores les vale la pena. Para eso están las amnistías fiscales que aplican periódicamente los políticos subordinados a los ricos para rescatarlos del purgatorio o evitar que vayan al infierno. En todo caso, el que evade impuestos algún riesgo corre. Otra cosa sucede con el que elude impuestos: no incumple la ley, sino que la burla con alevosía. Es decir, evita con astucia el cumplimiento de una obligación cívica y moral.

Para designar al que elude impuestos no hay una palabra clara, como la de evasor para el que los evade. Por eso te propongo que le llamemos delusor, que viene a ser el que se dedica a engañar. Pues bien, para ser delusor se necesita voluntad de engañar y de burlar la ley pero también se precisa de dos cooperadores necesarios: el legislador torpe o venal, que legisla con agujeros por donde colarse o con trampas legalmente aplicables, y el técnico bien untado, que se dedica a crear la llamada eufemísticamente ingeniería fiscal o tributaria. Con este trío, lo que en realidad es evasión fiscal se transforma en elusión que escapa del impuesto y del delito de no pagarlo. Los más ricos, sobre todo, se inclinan más por la elusión fiscal que por la evasión, entre otras cosas porque están en mejores condiciones que las pequeñas fortunas y las clases medias para aprovecharse de los páramos legales que se han generado con la globalización de la economía y de las finanzas, mientras la política es incapaz de internacionalizar la gobernanza y no va más allá, con eficacia, de los ámbitos estatales o, todo lo más, regionales.

Bien está, querida, que los Estados legislen para evitar la evasión fiscal y que leyes y tribunales castiguen con rigor y justicia a los evasores, pero no basta. Es necesaria también la legítima persecución de la elusión fiscal con la globalización de la política y de las normas, con el compromiso de los legisladores para evitar trampas, agujeros y gateras legales y con el reproche cívico de ese infame cumplimiento legal que solo es un cumplo-y-miento alevoso para, en realidad, evadir sin riesgos.

Un beso.

Andrés