Empiezo este artículo de una forma un poco extraña, en el sentido de que no sé exactamente qué les voy a contar y cómo voy a terminar de redondear la historia. No me suele pasar. Y es que suelo tener claro, sin haber escrito aún una sola letra, qué quiero decir, por qué y cuál va a ser el hilo argumental y la forma de resolver la historia planteada. Hoy no. Sé de qué quiero hablar y qué tipo de idea quiero transmitir, pero aún no me he puesto de acuerdo conmigo mismo para ver cómo la expresaré y, además, a dónde me va a llevar el resultado de lo que siga tras este primer párrafo.

Para ser honestos, les diré que tal situación me atrae y me agrada especialmente. Es una mezcla de sensación de vértigo y, a la vez, de frescura. De entender que es el propio discurso el que nos lleva por sus caminos y que, tras una aseveración, surgirán naturalmente sus corolarios, sin haberlos predefinido desde el principio, o sin constreñirlos al marco de otras ideas prefijadas. Me ilusiona ir ya por el segundo párrafo y no saber bien a dónde me lleva esta columna. Pero no crean que va a haber bandazos, ni mucho menos. Ya verán que la idea está clara.

Y es que hoy quiero hablarles de esa tríada mágica para que nuestros emprendimientos, sean sociales, políticos, económicos o una mezcla de todo ello, funcionen. Querer, saber y poder. Una fórmula que ya ha sido ensayada y anunciada muchas veces como la clave del éxito, y en la que yo me reafirmo. No basta querer y saber. Hay que poder. Y tampoco saber y poder, ya que la voluntad es una pieza fundamental para que todo llegue a buen puerto. Al tiempo, tampoco podemos quedarnos, por ejemplo, con querer y poder. Si no sabemos, erraremos. La vida es así...

Es preciso, pues, que la intersección entre lo que queremos, podemos y sabemos sea no nula. Ahí es donde radican los proyectos con futuro. Y eso vale tanto para una persona sola, como para un país. Si lo que anhelamos, conocemos y se nos permite hacer conforma un conjunto disjunto, no hay nada que hacer. Sólo el vacío. En cambio, si nuestra preparación, nuestros deseos y lo que es viable confluye en algo concreto, podemos estar seguros de que tenemos mucho camino realizado para su consecución con éxito.

Quizá están pensando ustedes que, con estas palabras, pienso en los señores Iglesias y Sánchez y, por extensión, en sus opciones políticas y en sus confluencias posibles o imposibles. O en el señor Rajoy y su partido. En realidad, sí que valdría para cualquiera de ellos y sus dilemas actuales. Pero mi reflexión es mucho más general. Soy de los que piensan que, en nuestro contexto nacional, las acciones de querer, saber y poder presentan, demasiado a menudo, un espacio de intersección bastante magro. Hay quien sabe, pero ni le dejan ni, seguramente, quiere. Y los hay que quieren a toda costa, sin saber y, muchas veces, incluso sin poder.

Esta forma tan poco práctica y poco orientada a resultados verdaderamente útiles está presente en muchos de los ámbitos de lo que hacemos. Y así nos va como país, con un despilfarro de energía en forma de recursos, talento y tiempo verdaderamente incomprensible e intolerable. En otras latitudes se mima y se potencia al que sabe. Aquí no, y no hay más que ver la rocambolesca y siempre arrastrada situación de nuestra ciencia. O, por poner otro ejemplo de lo poco que se valora en España el conocimiento, analicen ustedes el curioso binomio de experiencia y titulación de muchos de los asesores en la esfera pública, que también vale la pena. Lo uno y lo otro constituyen dos derivadas de la misma locura abocada al fracaso. Y, mientras, seguimos braceando en medio de la oscuridad sin concatenar esfuerzo y resultado, financiando un costosísimo y prolijo sistema de gestión pública con estructuras mucho más que duplicadas, y sin que el mañana sea mejor que el ayer en muchos frentes abiertos y nunca cerrados.

Querer, saber y poder son las claves del éxito. El saber se aprende, aunque eso es mucho más que ir a la escuela. El poder te lo dan o te lo tomas, en función del contexto y la viabilidad de lo planteado. Y el querer, el querer de verdad, es muchas veces la pata más débil en muchos de los emprendimientos humanos. Por mucho que tú digas que lo quieres, y aunque pintes de colorines análisis y conclusiones...

Querer, saber y poder, como garantía de que todo vaya adelante... Eso, y una pizca de buena suerte...