Nuevo día de abril, pasado ya el ecuador de su vigencia entre nosotros. Un nuevo día para reír, para soñar y, también, para sufrir. Ya saben, en este giro sin fin del bombo de los días y las horas, cada uno va percolando diferentes momentos vitales. Y siempre coinciden instantes en que unos llegan y otros se van, unos disfrutan de las mieles del éxito y otros pierden. En todo caso, y sabido esto, creo que a estas alturas ha de estar bastante claro que la virtud, y lo más práctico y saludable, consiste en tratar de aprovechar lo bueno de cada cosa y cada momento, independientemente de que unos nos gusten y satisfagan más y otros menos. Lo contrario es sinónimo, sobre todo, de amargarse la vida. Y esta ya tiene suficientes momentos difíciles como para abundar de oficio en ello.

Pues aquí estamos, con un fondo fantástico de música de Joan Manel Serrat, disponiéndome a compartir algo con ustedes si tienen a bien leerme y pasar este pequeño ratito conmigo, lo cual se agradece. Y, para estar a la altura de la confianza que ustedes me brindan, hoy he elegido la celebración, en esta fecha del 16 de abril, del Día Mundial contra la Esclavitud Infantil. Una jornada establecida por diferentes entidades de protección de los derechos humanos y de la infancia para llamar la atención sobre las condiciones de vida de tantos pequeños y pequeñas en el mundo. Se hace a modo de homenaje a Iqbal Masih, asesinado en este mismo día, en el año 1995, por su activismo en contra de dicha explotación laboral infantil. Una realidad que él conocía demasiado bien, después de haber trabajado en régimen de semiesclavitud desde los cuatro a los seis años de edad. Terrible...

Sí, ya sé que hemos hablado de esto antes, pero el tema bien lo merece, porque sigue existiendo en pleno siglo XXI. Recuerden que lo tratamos, por ejemplo, cuando tuvimos en A Coruña a Kailash Satyarthi, uno de los promotores de la Marcha Contra la Explotación Laboral Infantil. ¿Recuerdan? Fue una iniciativa a la que Galicia no fue ajena en el año 1998, cuando algunos de los protagonistas de tal realidad nos visitaron, y desde diferentes movimientos sociales tratamos de focalizar a la opinión pública sobre esa lacra, con una excelente respuesta. De aquella aún no existía este excelente periódico, y mucho ha llovido desde entonces, pero la realidad del trabajo infantil esclavo persiste y no deja de producir exclusión, sufrimiento y muerte. Así como suena.

"Todo pasa y todo queda" desgrana ahora el cantautor en su magnífico Cantares, contribuyendo a la serenidad del momento y a la liturgia de un silencio solo roto por tal bella música. Una imagen que contrasta con las atiborradas calles del submundo donde se siguen erigiendo las maquilas y los lugares donde, por pocas rupias u otras monedas, algunos chavales se siguen dejando las manos, los pulmones, la vista o la vida para satisfacer la voracidad de un consumo global a un precio cada vez más reducido. Niños que siguen fuera de la posibilidad de asistir al colegio o, cuando lo hacen, lo compaginan de forma imposible con trabajos demandantes y que condicionan su rendimiento y les abocan a una temprana renuncia y a la perpetuación del círculo de la pobreza.

Suena ahora Mediterráneo, mentando a un mar que sirvió de vínculo y conexión para tantas culturas, y que hoy es también el escenario de dramas que siguen transcurriendo en este mismo instante... Un problema complejo, sin duda, en el que no es buena la simplificación, pero cuya etiología está relacionada con elementos económicos, y donde la incapacidad del mundo actual para hacer frente a los problemas globales es patente. Personas lastimadas por situaciones enquistadas y cronificadas ante las que muchas veces se mira por otro lado, cuya denuncia se ve eclipsada por intereses geopolíticos que determinan posturas de la comunidad internacional difícilmente defendibles. Víctimas de todo esto son, también, niñas y niños. Niños que, seguramente, nunca fueron esclavos en una vida normalizada y comparable a la nuestra, pero que se vio truncada de forma brusca por la violencia. Por todas las violencias.

Los niños esclavos, los niños que viven en los basureros, las niñas y los niños en situación de prostitución, los niños del pegamento que yo encontré entre los deportivos de lujo aparcados en las zonas más prósperas de diferentes ciudades, los niños que sueñan con estudiar... Los niños sin nombre, los niños sin patria, los niños sin familia, niñas y niños ahogados en una huida desesperada... Tantos niños y, sobre todo, niñas, que piden paso a una sociedad que les da de lado. O que, cuando les propone un sitio, les encadena a una máquina y les utiliza.

Termina la música, con los últimos acordes de Para la libertad. Y, al tiempo, se va apagando el día... Recojo velas y pulso enviar. Ojalá el próximo amanecer traiga más clarividencia y fuerza para que, de una vez, se consideren estas cuestiones verdaderamente prioritarias, mucho más allá de la poesía...