Nuestra irrefrenable inclinación a retorcer las cosas y a debatir sobre el sexo de los ángeles nos conduce frecuentemente, en medio de una escandalera estéril, a callejones sin salida como este en el que estamos desde el 20 de diciembre, sin gobierno y en una situación de desbarajuste institucional y político que puede durar aún muchos meses. Los resultados electorales exigían agilidad y reconocimiento de la realidad, y en lugar de eso nos han inundado con especulaciones, propuestas y exigencias imposibles. Y en ello seguimos estancados. Rajoy e Iglesias fueron claros en sus ofertas, sus exigencias y sus destinatarios. Sánchez y Rivera, confusos y empecinados, se obstinaron en retorcerles el brazo cuando bastaban dos conversaciones sinceras sobre lo posible para saber que no había lugar para la cuadratura del círculo. Verificado el imposible lo útil hubiera sido trasladar al Rey la incapacidad de investir a un candidato y dar por concluido el plazo de los dos meses sin incurrir en el absurdo de dejar pasar el tiempo haciendo el indio. Se hubiera hecho si no padeciéramos el mal del leguleyo empeñado en tirarnos por el barranco antes de mover una coma, fiat ius et pereat mundus. Había que esperar a cumplir con la letra de la ley para convocar elecciones y, con suerte, tener gobierno cuando llegue el otoño. Y así estamos, entre consultas a las bases, vetos, líneas rojas y, ¡faltaría más!, tarjetas rojas a Rajoy, lo temen más que a un nublao, aunque Sánchez reitere el no es no a cualquiera del PP. Es evidente que nos pintamos solos para inmovilizarnos a nosotros mismos en escenarios absurdos. Como este último planteado a propósito del ministro Soria. ¿Cómo puede ser que en un Estado de Derecho del siglo XXI, se sostenga que un ministro en funciones solo puede dejar de serlo si él voluntariamente presenta su renuncia? ¿Qué norma priva al presidente en funciones de la atribución de cesar a un ministro en funciones? No hay un doble cese sino dos ceses, distintos y distanciados, aplicados a las dos diferentes situaciones en las que se encuentra un ministro. Aceptar que solo cabe la renuncia voluntaria, ¿y si no le da la gana de irse?, es simplemente llevar las cosas a un callejón sin salida tan del gusto nuestro por las discusiones absurdas. Un desbarajuste más que se añade, por si fuera poco, al linchamiento de un ministro lanzado a la hoguera sin necesidad de juicio, ni prueba de ilegalidades ni corruptelas. Simplemente por unas firmas no recordadas, pero de fácil conocimiento público, de hace más de veinte años en una empresa familiar. Los miles de empresarios españoles que, afortunadamente y entre aplausos de todos, practican con éxito la exportación por esos mundos y saben de los entresijos del comercio internacional estarán partiéndose de risa o sorprendidos de la escandalera que se ha llevado por delante a Soria. A este paso hará falta un casting bien estricto para formar gobiernos en España. Un casting que indague sobre los últimos veinte o treinta años de la vida pública y privada de los candidatos.

Si la consulta de Iglesias a sus bases, la crónica de un resultado anunciado, mis disculpas a Gabo y a Vargas, no hace desistir a Sánchez, él y Rivera pueden encomendarse a Simeone que paso a paso conseguirá la Champions. Nunca duró tanto una campaña electoral de modo que podrían liberarnos de la próxima.