Nuevo artículo, nuevo día y nueva banda sonora para compartir con ustedes. Hoy, mientras afilo mi prosa para acercarme a ustedes, escucho 20 de abril del 90, aquella composición de los vallisoletanos Celtas Cortos que sonaba con fuerza hace años, y que se refiere a un día como hoy, 20 de abril, de hace ya veintiséis años. Una llamada a los recuerdos que todos tenemos, no sin una cierta dosis de la melancolía y del inconformismo presente en algunas de las creaciones del grupo. 20 de abril es parte del álbum Cuéntame un cuento, publicado en el año 1991. Una historia sobre una reunión de amigos en la Cabaña del Turmo (Benasque), que precisamente sonaba muchísimo, en aquellas fechas, en nuestros viajes a la montaña...

Hecha la preceptiva introducción, déjenme que enlace rápidamente la misma con el tema que hoy, también 20 de abril pero veintiséis años después, les propongo. Y que no es otro, tal y como adivinarán por el título del artículo, que el paso del tiempo. El mismo al que cantaron poetas como Horacio, Walt Whitman o Alfred Tennyson, o al que alude Jorge Manrique en las Coplas por la muerte de su padre. Una realidad que, fuera de un entorno relativista, constituye una de las verdades más axiomáticas de nuestras vidas. El tiempo es, así, una dimensión que siempre fluye hacia adelante, de forma dramática e inexorable, marcando un hilo conductor en nuestra existencia y, en conjunto, de la de la Humanidad entera a lo largo de la Historia. Ciertamente, el tiempo -el que tengamos- es verdaderamente lo único de lo que disponemos, como también nos dejó escrito Baltasar Gracián. Si no lo aprovechamos -y cada uno definirá aquí qué entiende por su concepto de ello-, nunca más podremos disfrutarlo.

Tempus fugit, pues, dicho sin excesivo agobio pero constatando la importancia y la transcendencia de tal aseveración, y dando cuenta de sus consecuencias hasta el extremo. El tiempo fluye raudo y veloz, y nuestras vidas se convierten en un continuo camino hacia adelante en el que, incorporando además el devenir, el cambio tan presente cada día, este paso por la existencia es una verdadera sucesión de escenarios y referentes que se van superponiendo, sucediendo y desapareciendo, y que conforman un marco dinámico en el que crecemos y nos desarrollamos.

"Hoy no queda casi nadie de los de antes", reza la canción. ¡Y tanto! Según vas creciendo vas acercándote a las primeras líneas del precipicio de la vida, y los que te precedieron -en todos los sentidos- te van dejando huérfano. Llega el día en que, cuando esperas que alguien más veterano que tú tome las decisiones -en la empresa, en la familia, en la sociedad...- descubres que ya no está. Y te sientes más cerca de lo que un día representaron para ti esas figuras familiares, contextuales, culturales o referenciales. La vida pasa. La de todas y todos y, en particular, la tuya.

Los referentes cambian. Y, en eso, las últimas décadas y me atrevería a decir que en especial los últimos años han sido, en nuestro entorno, demoledores. Muchos de los pilares de lo que era nuestra sociedad se han venido literalmente abajo. Y se ha producido una tácita revolución del modelo convivencial, profesional, familiar, económico y social, de la que nos hemos dado cuenta en toda su intensidad cuando los nuevos modos y modelos nos han dado una sonora bofetada. El resultado es una sociedad en muchos sentidos mejor, pero con graves carencias y retos en otros. Y una sociedad a la que, seguramente, no podemos dejar de tener que ir adaptándonos. No hacerlo significaría encerrarnos en una metafórica Cabaña del Turmo, en un paisaje idílico y nevado, sin entender mucho de lo que pasa a nuestro alrededor. Y, sobre todo, estando al margen de todo ello, cual eremitas en medio de la nada.

Mirar al pasado es fundamental para entender el presente y, también, para aprender de lo bueno y lo malo de él en nuestras acciones de futuro. No conozco ninguna sociedad o grupo humano equilibrado y maduro que no tenga que mirar al pasado con tal intención. Eso sí, habiendo superado muchas de sus lógicas, y habiendo avanzado así en su crecimiento colectivo. Porque si no entendemos quiénes somos y de dónde venimos, difícilmente podremos contestar a esa aspiración tan cosmológica de entender a dónde vamos, y con la lección aprendida sobre muchas de las piedras -verdaderos canchales- que nos encontraremos en el camino. Y eso, visto lo visto en las páginas de actualidad política, económica y social, es algo muy pendiente de resolver aún en nuestros días.

El tiempo pasa, y eso no tiene vuelta de hoja. Quizá esta sea una de las realidades que hacen más bonita la vida. Y, seguramente también, más amarga. A ello cantó también Mercedes Sosa en sus maravillosas El tiempo pasa y Todo cambia. Los mismos Celtas Cortos en Pasa el tiempo. O multitud de otros autores e intérpretes como Juanes, Perales, Pablo Abraira o Eduardo Gatti... O ¿qué me dicen del siempre bello Reloj, no cantes las horas de Roberto Cantoral?... El tiempo, no cabe duda, pasa. Y huye veloz...

20 de abril de 2016, 26 años después de aquella reunión en la Cabaña del Turmo. Tempus fugit.