Nos encaminamos a una campaña electoral de la que deberían aliviarnos los políticos. Campaña de quince días con precampaña desde ya. ¿De qué debatirán los candidatos si todo quedó debatido en la campaña del 20-D? Aquel día votamos para tener un gobierno y una oposición durante cuatro años. Para que se aplicasen programas, se afianzasen o rectificasen políticas, se hiciesen actos y se renovara el personal político. Pues bien, nada de nada. En cuatro meses el gobierno en funciones no ha tenido iniciativa legislativa, no ha aprobado presupuestos, no ha hecho nombramientos de relieve ni tomado decisiones de calado y las propuestas de la oposición han quedado en humo. Una lamentable pérdida de tiempo. Sólo se me ocurre un asunto como eje de la campaña que ni es nuevo ni necesita quince días de mítines, debates y entrevistas porque los cuatro dirigentes principales ya se han pronunciado al respecto con reiteración. Sí, la campaña tratará monográficamente de las culpas del fracaso que nos lleva al 26 de junio. De las argumentaciones endosando culpas entiendo la de Iglesias responsabilizando a Sánchez y la de Pedro a Pablo porque las recíprocas peticiones de acuerdo eran razonables y fácilmente comprensibles. Lo era la pretensión de Iglesias de gobernar con Sánchez, izquierda con centro izquierda, y lo era la de Sánchez, algo menos a mi juicio, pidiendo el apoyo de Iglesias al acuerdo del centro izquierda con el centro derecha de Rivera. Es lógico que se culpen recíprocamente de la no investidura de Sánchez. Lo que no entiendo es que Sánchez y Rivera culpen a Rajoy. Iglesias no lo ha hecho porque está en las antípodas y sería absurdo culparle de no pactar con él. Lógico. Que Sánchez culpe a Rajoy al que le ha negado todo es una rabieta sin posible argumentación racional. Entiendo que lo descalifique por entero, pero entonces no tiene sentido que le responsabilice de no allanarle el camino a la Moncloa. Como no lo tiene que Rivera culpe a Rajoy de no sumarse a su acuerdo con Sánchez, exigiéndole al mismo tiempo que desaparezca. Rivera apoya a Sánchez y veta a Iglesias y a Rajoy exigiéndoles la abstención. ¿Qué ridiculez es esa?

Dice Iglesias que en la campaña esta ha de ser la pregunta: ¿con quien pactará cada partido? Pura retórica porque sabemos las respuestas. Sabemos que Iglesias, sépanlo sus votantes de Madrid, Andalucía o Burgos, pactará con independentistas a cambio de referéndums varios y con Sánchez a cambio de una vicepresidencia u ofreciéndosela, y que Rivera mantendrá el veto a Rajoy y apoyará a Sánchez porque no

digan que es un veleta parlanchín. Sánchez mantendrá su acuerdo con Rivera y mendigará a Iglesias, a menos que el comité federal le imponga la doctrina de Abel Caballero de que los de Mareas y Podemos son mucho peores de lo que cabía imaginar. ¡A buenas horas mangas verdes! Y Rajoy insistirá, si los votos canarios y el asturiano de Foro no le bastan, en la gran coalición. Más útil sería preguntarse si desde el 20-D ha cesado la lucha contra la corrupción de unos y otros o ha proseguido con ímpetu; si la Agencia Tributaria persigue el fraude también de importantes del PP, ¡vaya con Aznar! ; si se hunden el empleo y la economía o parece que no nos vamos al garete ni se mueren los niños de hambre y sin escuelas; si Rivera ha hecho algo más que firmar un papel y hablar sin parar; si Sánchez es un líder en quien confiar, si Podemos y sus socios deben gobernar este país y, en fin, si a sus años, con su tropa y sus silencios, no será el experimentado y previsible Rajoy lo menos inquietante e insensato que tenemos para gobernar. Esas me parecen preguntas más oportunas que la que plantea Iglesias.