Hoy quiero hablarles de acoso.Acoso escolar, en el sentido más amplio de la palabra. Ese fenómeno que a todos nos ha dejado atónitos cuando hemos contemplado sus más duras consecuencias. Pero que, mucho más allá de esos casos límite, lastima a muchos jóvenes, niños y niñas sin mayor motivo que el ejercicio de la maldad porque sí. A algunos les acosan por su sobrepeso. A otros por su voz. A otros a partir de su orientación sexual, supuesta, verdadera o aproximada. Por altos o por bajitos, por excesivamente despiertos o por lo contrario. Por lo que sea. La cuestión es fastidiar al prójimo, seguramente como forma de proyectar el vacío interior de uno mismo. Una realidad a la que no podemos ser ajenos, y que no deja de ser el reflejo de una sociedad que muchas veces ejerce la maldad gratuita. La maldad porque sí...

La sociedad española ha asistido a consecuencias verdaderamente graves del fenómeno del acoso. Y en estas, ustedes recordarán, se incluye el suicidio de menores. Algo que nunca debiera haber ocurrido y que tiene responsables concretos: sus acosadores. Un fenómeno que se quiere atajar con la instalación de cámaras en los colegios, no sin una cierta polémica asociada. Pero, ciertamente, o vamos más allá e incidimos en algunos modelos sociales vigentes, así como en el papel del profesor en el aula y en la propia lógica de la comunidad educativa, o poco conseguiremos...

El acoso escolar ha estado siempre ahí. A veces con formas muy sutiles, relacionadas más con la no inclusión en el grupo deseado que con formas más complejas de ataque o de violencia. Y, a veces, yendo mucho más allá. Pero, en un caso y en otro, siempre haciendo daño. No olviden ustedes que en las etapas donde la personalidad se está aún formando una mera exclusión puede vivirse de forma que cause gran impacto en el individuo. A lo que en una edad más madura quizá responderíamos con un simple "pues ellos se lo pierden" puede tener tintes de tragedia y de fracaso personal en la adolescencia. Y eso ha ocurrido y ocurre hoy en nuestros centros educativos. Se lo puedo asegurar desde la experiencia de haber sido profesor de distintos niveles.

Sí, el acoso viene de viejo. Pero, seguramente, las nuevas tecnologías han sido agua de mayo para los fenómenos de acoso y sus protagonistas activos. Estos, armados permanentemente de una cámara de fotos y de una plataforma de comunicación con su comunidad -un teléfono móvil moderno-, son capaces hoy de multiplicar -vía viralización- las consecuencias perniciosas de sus execrables actos. Algunos, así, se han colgado en plataformas públicas para escarnio general de sus víctimas. Otros, más selectivos, se han compartido entre los promotores del acoso y sus círculos de influencia. Como si ser acosador fuese marchamo de masculinidad, de capacidad o de valentía. Vivir para ver...

Hablando del acoso, en clave de pasado, no puedo dejar de recordar cierto Colegio Mayor dependiente de la Universidad de Santiago de Compostela. Allí viví yo un año, hace ya treinta. Tenía plaza y una de dos exclusivas becas, por expediente académico en el Bachillerato, para vivir allí prácticamente gratis durante toda mi carrera y el doctorado. El encuentro con unas novatadas que iban mucho más allá de una broma típica e inocente a los nuevos colegiales fue una verdadera bofetada, y marcó mi estancia allí. Y, al cabo del primer año, preferí marcharme. Lo cierto es que, al negarme a ser objeto de escarnio por el simple hecho de ser nuevo, por parte de colegiales poco centrados y, en algunos casos, extraordinariamente propensos a la bebida de forma exagerada y habitual, muchos de los residentes me retiraron la palabra. Eso mismo hacían con todos los que no querían entrar en el juego del acoso, donde cada uno proyectaba sus propias frustraciones personales. Les aseguro que no fue fácil aquella situación. Y que, de alguna forma, me hizo daño. Hoy algunos de los más beligerantes acosadores son abogados, médicos y otros profesionales de prestigio. Personas que, en algunos casos, me he ido encontrando en diferentes desempeños profesionales a lo largo de estos años. Y que, por sus manifestaciones y sus posiciones actuales, en algún caso parecen tener mala memoria... ¿Por qué las cosas son así? Hoy, afortunadamente, todo aquel tinglado se ha desmontado, y el Sistema de Residencias que oferta la institución académica responde a una realidad bien diferente.

Creo que hay que ser implacables con el acoso, por la razón que sea. Vivir y dejar vivir es una máxima que en nuestra sociedad ha costado muchos sudores, sufrimiento y trabajo. Y no podemos perderla. No puede ser que, por aburrimiento, alguien apalee a una persona en situación de calle. O que un mozalbete o grupo de muchachos o muchachas desnortados la tomen con un compañero o compañera de clase por el simple hecho de tener pecas, o de haberse cruzado en su camino. La educación, como siempre, es el mejor planteamiento a largo plazo para que esto no ocurra más. Pero, al tiempo, habrá que combinarlo con una sociedad menos permisiva ante estos comportamientos y una respuesta unánime para evitar que a algún niño o niña el simple hecho de acudir a su aula le resulte insoportable.