Tienen razón, querida Laila, los que dicen que el margen que existe para que se puedan lograr cambios trascendentales y de fondo en este país es muy estrecho. Es decir, que gane quien gane las elecciones y se forme el gobierno que se forme, cambios para bien, en la línea de la igualdad y la justicia, podrán conseguirse muy pocos e irrelevantes. Nuestros Estados cada día están más subordinados a las grandes corporaciones financieras y las fundamentales decisiones económicas y, por tanto políticas, dependen más de Bruselas que de Madrid. Nosotros poco podemos hacer. Esto es lo que se nos trató de meter en la cabeza, sobre todo desde el inicio de la crisis. Zapatero dio un giro de ciento ochenta grados en su política sin quererlo, por imposición y, compungido, anunció el castigo para los trabajadores y las clases medias e incluso se doblegó a cambiar nuestra intocable Constitución por imperativo europeo. Rajoy entró en la Moncloa y, al día siguiente, tiró su programa electoral a la papelera porque, decía, no tenía otro remedio y asumía duras medidas contra los mismos castigados por Zapatero. Medidas que, también decía, no le gustaban nada, pero que eran irremediables. Nuestros gobernantes entendían las demandas sociales, estaban plenamente de acuerdo con las justas reivindicaciones de pan, empleo, trabajo digno, salud pública, educación y un largo etc., pero se apresuraban a contestar que nada se podía hacer, que eran tiempos duros que nos venían dados que no había más remedio que afrontar y, efectivamente, trataban de que los afrontaran y sufrieran los de siempre sin menoscabo alguno de los beneficios escandalosos que la misma crisis proporcionaba a unos cuantos privilegiados. Trataban de arreglar el desastre con un simple "perdonen las molestias", mientras se apuntalan los bancos y los grandes negocios con dinero de todos. Así se fue metiendo en nuestras entretelas mentales que nada o muy poco se puede hacer y se hizo recaer sobre los más pobres y vulnerables las estrategias de resistencia y defensa. De hecho si el país no estalló en mil pedazos, a mi juicio, se debió a tres factores fundamentales: A los pensionistas que pusieron todos sus escasos recursos al servicio de la supervivencia de sus familias y amigos, renunciando a la merecida y bien ganada confortabilidad en su vejez; a la solidaridad, primordialmente entre los más pobres y castigados, que generaron mecanismos asistenciales de urgencia que acogían a aquellos que atravesaban el fatídico umbral de la pobreza; y a los miles y miles de ciudadanos de toda condición que se enfrentaron a sus representantes políticos al grito de "sí se puede", demostrando la interesada falsedad del "no hay otro remedio" porque de hecho lograron cosas que se les habían negado por imposibles.

En eso estamos, querida: en la batalla entre los del "no hay otro remedio" y los del "sí se puede". Y siendo ciertas las limitaciones que hoy por hoy existen para un cambio substancial y, sobre todo, rápido, también lo es que "dentro de lo que cabe" puede caber más o menos, según quien sea el que mande. Porque dentro de lo que cabe no es lo mismo, por ejemplo, poner el esfuerzo en condecorar a la Virgen del Amor con la medalla policial que en dotar de chalecos antibalas a todos los funcionarios del cuerpo o es muy diferente impulsar la inversión en los servicios públicos que tratar de adelgazarlos para que nuestras necesidades y derechos básicos sean objeto de mercadeo con la privatización de una buena parte de esos servicios. Es decir que "dentro de lo que cabe" puede caber mucho y además, querida, cambiar dentro de lo que cabe y por parroquias será lo que altere la nefasta deriva actual de la UE.

Un beso.

Andrés